¿Quién defiende a los mexicanos?
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Si algo ha dejado claro este par de meses desde que Donald Trump declarara sus aspiraciones presidenciales es el grado de desamparo de los inmigrantes indocumentados, en particular los seis millones de mexicanos. El revelador intercambio de Jorge Ramos con Trump se explica desde el ejercicio de un periodismo valiente de confrontación pero también desde la absoluta falta de figuras que, en la esfera política, asuman la responsabilidad de poner a Trump en su lugar, de defender con datos duros el papel virtuoso de los inmigrantes en Estados Unidos, ahora y desde siempre.
El gobierno mexicano ha mantenido una distancia injustificable. El excanciller Meade nunca creyó necesario apurar los tiempos para nombrar a un embajador antes de la previsible explosión electoral ni mucho menos tuvo la valentía para establecer el necesario y justo precedente de pelear por el prestigio de mexicanos valientes, íntegros y enormemente esforzados. En su comparecencia frente al Senado, el nuevo embajador mexicano dijo que Trump deberá disculparse: esperemos que Basáñez mantenga esa vehemencia una vez que llegue a Washington.
Lo cierto es que la dignidad frente a Estados Unidos (la sensata, no la que está hecha de bravuconadas nacionalistas) es una virtud poco común en los gobiernos mexicanos. Alguien les vendió la idea de que no hay que meterse en política estadounidense porque se trata de un asunto de política interna y se corre el riesgo de herir susceptibilidades (como si a Trump o a los varios otros republicanos racistas les importaran un bledo nuestras susceptibilidadesen fin). Por lo demás, el gobierno mexicano debe saber que en la historia estadounidense hay antecedentes admirables de países que han defendido públicamente a sus inmigrantes en Estados Unidos. Italia lo hizo a finales del siglo XIX.
El problema, sin embargo, no pasa en realidad por México.
La verdadera solución al problema de las agresiones racistas y la discriminación contra la comunidad hispana será a mediano plazo y deberá partir del surgimiento de políticos méxico-americanos que defiendan la agenda hispana de manera natural.
La gran comunidad de origen mexicana sufre de una impresionante subrepresentación en la política estadounidense. Los hispanos en general también, pero el caso de los mexicano-americanos es peor. De 100 senadores en Washington, solo tres son hispanos. Los tres (Menéndez, Cruz y Rubio) son de origen cubano-americano y vaya que se toman en serio la defensa de lo que para ellos son los intereses de los cubanos en Estados Unidos. Los números en la cámara de representantes son similares, aunque ahí hay algunos (pocos) legisladores más de origen mexicano. El asunto llega a extremos absurdos. La propia California âestado hispano por excelenciaâ nunca ha tenido un gobernador hispano. Hace poco, el político de origen mexicano Kevin De León fue nombrado presidente del Senado estatal. Lo festejo como si hubiera ganado la presidencia. Y con toda razón: es la primera vez en siglo y medio (¡!) que un político de origen hispano alcanza tales alturas en esa entidad.
La falta de políticos mexicano-americanos de excelencia es un problema real que afecta los intereses de los hispanos (y los de México mismo) en Estados Unidos. No es fácil tener influencia política sin políticos con influencia. El gobierno mexicano âpero también los empresarios mexicanosâ deberían darse cuenta de la importancia de contar con aliados reales en Washington, gente que defienda lo nuestro y lo suyo (que es muchas veces lo mismo) casi de manera automática. Para eso hay que promover la participación política entre los paisanos en Estados Unidos y respaldar a aquellos funcionarios con futuro prometedor. Hace unas semanas estuvo por México el propio Kevin De León. Lo recibieron como se merecía, gracias a los buenos oficios del cónsul mexicano en Los Ángeles.
Ese es el camino a seguir. Los hispanos necesitan a muchos más como De León. Es la única manera de acabar con el desamparo político. Los paisanos necesitan y merecen auténticos valedores. Todos debemos ayudarles a prosperar. Es un asunto de justicia y humanidad.
Por León Krauze