Por una cabeza
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Los artistas eternamente becados por las miopes autoridades culturales locales, poco o nada producen que sea rescatable
Lo he publicado antes, pero hoy de nuevo lo dejo por escrito para que no se olvide: los premiados, los artistas eternamente becados por las miopes autoridades culturales locales, poco o nada producen que sea rescatable.
En Coahuila en general y en Saltillo en particular la cultura es una entidad muerta y no un ritmo vivo, de aquí entonces la proliferación de mausoleos, tumbas y cementerios culturales (Ana Sofía García Camil puede disertar ampliamente sobre ello) a los cuales les han bautizado pomposamente como museos.
Sucede que los pocos atrevimientos que se publican en materia cultural, específicamente llamada vieja guardia de la intelectualidad, la academia y el periodismo. Sucede que la osadía al publicar un buen cuento, un poema o una novela, está recayendo en aquellos viejos y aguerridos maestros que se siguen atreviendo, no obstante que no están obligados.
Es el caso de Roberto Adrián Morales (editor), Mario Valencia Hernández (periodista), José Domingo Ortiz (poeta) y hoy, es el caso de Rodolfo Gutiérrez (académico).
El intelectual y aguerrido ciudadano Mario Valencia Hernández y el editor Roberto Adrián Morales comparten varias cosas y tienen un denominador común en su narrativa: el trasfondo político, la eterna lucha de clases, la escalada de miseria en que se mueven las hordas de mexicanos desposeídas por los patrones y claro, todo ello tejido bajo un manto de amor y seducción que jamás abandona su narrativa.
De Adrián Morales leí una novela de gratos recuerdos, publicada en 2001, El voto de la miseria. El narrador también ha publicado colecciones de cuentos con buena fortuna y buena prosa. En dicha novela, el narrador realizó un fresco, un mural donde retrató a una colectividad ciudadana que a fuerza de estribillos electorales, definió el rumbo de un País.
Eran tiempos del cambio democrático y de un fantasmal hoy, hoy, hoy que aún resuena.
Si Adrián Morales retrató con piadosa prosa el hoy que mañana es nada, el aguerrido Mario Valencia (he coincidido con éste y parte de sus luchas en varias ciudades del país) ha tomado prestado de la historia un retazo de ella para ofrecernos una novela: Calle Victoria. También es autor de una colección de cuentos que si mi precaria memoria no falla, es El cargador de pianos. De José Domingo Ortiz hoy vuelvo a relatarlo y va mi apuesta, está escribiendo lo mejor de su vida y pluma, y pronto saldrá de las prensas su novela de la cual ha leído fragmentos en la ciudad. Una bomba.
Esquina-bajan
Pero hoy, del que me ocupo es de un académico, formador de profesores lo mismo en la Escuela Normal de Coahuila que en la UPN, es el maestro Rodolfo Gutiérrez, nacido en Nueva Rosita, pero avecindado en Saltillo desde hace lustros. Es decir, es saltillense. Y todo viene a cuento por lo siguiente, editada por el Instituto Municipal de Cultura en su colección Acequia Mayor sale a la luz pública su primera novela, Por una cabeza; sí, como el memorable tango de Carlos Gardel.
Más de 160 páginas dan cuenta de un texto, una novela ancilada en aquello que bulle en todos los seres humanos: el amor, el odio, las imposibles y tortuosas relaciones interpersonales, los celos, la pasión, la lujuria, la desdicha, el abandono Novela con una economía de personajes bárbara, donde el actor principal, del cual jamás sabemos su nombre, salvo que se refieren a él como el ingeniero (es decir, es una especie de contraparte masculina de la Mujer de Lot, aquel personaje bíblico del cual no hay nombre, la despersonalización de la mujer. No existe ni su nombre, sino como la mujer de), realiza un largo, sordo soliloquio para llegar a un punto álgido al final del texto.
Soy franco, el pinche personaje ya me tenía hasta la madre. Pincha, molesta, seduce. Oscila entre ser especialista en arte antiguo, ser un Casanova del tercer mundo, viajes a USA o Alemania y el escuchar a Franco de Vita, Pablo Milanés, Pedro Infante o a los dinosaurios intrigantes de la Sonora Santanera. Puf. El libro se deja leer y es un clavado en las aguas tempestuosas de la carne y los celos patológicos que a todos llegan.
Letras minúsculas
Felicidades a mi amigo, el maestro Rodolfo Gutiérrez. ¿Y los jóvenes qué escriben?