Para saber distinguir
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La diferencia entre el ladrón común y el de cuello blanco es que el primero debe cerciorarse de borrar sus huellas digitales y otros vestigios de su presencia de la escena de su fechoría; mientras que los segundos intentan desaparecer todo rastro documental que pueda vincularlos con el atraco que han perpetrado.
El ladrón ordinario se preocupa pues de la evidencia física. En cambio, el ladrón de altos vuelos, el ladrón a gran escala, de Grandes Ligas, está al pendiente de la evidencia virtual.
¿Y qué clase de rata cree que ha prosperado mejor en Coahuila?
Pillastres de poca monta, sin duda que contamos con suficientes ejemplares como para abrir un zoológico. ¿A quién no se le han metido a su casa, pegado un cristalazo o hecho víctima del dos de bastos?
Mas no por ello puedo garantizarle que andemos escasos de amigos de lo ajeno de buen vestir y mejor vivir.
Vuelvo a preguntarle: ¿Cuál bandido cree usted que sea el más representativo de estas tierras?
Se la voy a poner fácil: Resulta que se nos perdieron unos importantes papeles relacionados con nuestras maltrechas finanzas públicas.
Los atracos financieros dejan, de cada operación y movimiento un registro, ya sea informático o en papel. Y es precisamente en las finanzas estatales que encontramos chico boquetón, una laguna contable, justo en el periodo correspondiente a la adquisición de la apocalíptica Megadeuda pública.
¿Qué curioso no? Que a los libros contables del Estado les hayan arrancado algunas páginas, precisamente las que podrían arrojar alguna luz sobre el desvío de por lo menos 18 mil millones de pesos de los 34 mil millones que nos heredó el sexenio de Humberto Moreira.
Vamos a hacer otra diferencia: El ladronzuelo del tipo ven, ven, ven a robarme a mí sólo puede robarse lo que le es materialmente posible cargar consigo: unas joyas, una cartera, un televisor de LED o a Sonia López.
Pero cuando las herramientas del ratero no son ganzúas, barras o armas de bolsillo, cuando se trata de transacciones, documentos y firmas apócrifas, el monto de lo robado puede ser sencillamente incalculable. Puede representar, sin exageraciones ni ánimos de hacer chacota, el capital de todo un país.
Para nuestra vergüenza y desgracia también parece ser el segundo el caso que nos ocupa. No hablamos de que un raterillo se abrió camino en la política y salió con los bolsillos repletos, dos casotas y un rancho.
Hablamos en realidad de un hurto en una escala superlativa, tan grande y ominoso que no cabe en la imaginación del ciudadano ordinario, que es generalmente el más empobrecido y el que menos noción tiene del estado que guardan las cosas.
Pero volvamos con la desaparición de documentos. Sucede que por tratarse de precisamente de documentos públicos, son de usted, son míos, son nuestros. Son el registro de lo que es patrimonio de todos, pero la horda de bandidos que dejamos apropiarse de las oficinas gubernamentales ya nos los hicieron de humo.
Igual de grave que el saqueo al erario es la desaparición de documentos públicos. No se trata de un chispoteo administrativo, no es una nimiedad como para correr a la secre y ya está.
Es tan terrible como sorprender a alguien con la mano en su bolsillo; o como si un maleante se le mete a la casa a hurgar en sus cajones. Y así como sería perfectamente legítimo propinarle unos buenos garrotazos a dichos delincuentes, si existe Dios tampoco nos reprocharía por agarrar a chingadazos al que extravió esos documentos que, le insisto, son tan suyos como míos y cuya ausencia no es ya síntoma de mal gobierno, sino de desgobierno absoluto.
Este robo constituye de hecho tal escándalo que si algún medio, periodista o reportero de la fuente no está tocando el tema en estos momentos, es porque es un encubridor y colaborador de estos truhanes.
Igual que un ladrón de pasamontañas, desesperado por borrar las huellas de su atraco, si alguien evaporó estos documentos es porque con seguridad tiene miedo.
Y por cierto que saquear los archiveros públicos, difícilmente se puede hacer a distancia. No nos hágamos tarugos, dijo la Chimol. La verdad es que la presente administración está tan interesada en que la Megadeuda no se investigue, como la administración pasada.
Claro, pese a todo lo anterior, para nuestro Congreso local no existe nada, nada que investigar. ¡Bola de lacayos! Siendo que la mejor prueba de que se cometió un ilícito es precisamente la desaparición de las pruebas.
En fin, que por tratarse de ratas, los ladrones de éste y de aquel tipo son sin duda especies nocivas, aunque hemos de distinguir que las de amplias facultades son capaces de un daño infinitamente mayor y por tanto su castigo siempre deberá ser proporcional.
petatiux@hotmail.com