Noticias púrpura
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Posiblemente el origen de la violencia también reside en nuestros deliberados encierros, en la indiferencia y el desprecio, en la desvinculación personal y social con los valores fundamentales; por ello, la terrorífica noticia que ensombreció a nuestra ciudad la semana pasada al anunciar que un joven mató a su compañero en su escuela, es evidencia de que nos “desimportarnos” los unos de los otros; además, pone en entredicho al sistema educativo, habla de un arraigado egoísmo y denuncia que ya hemos “levantado el puente levadizo que conduce a nuestras personalísimas almas”.
Esta noticia -como también las innumerables que describen los suicidios que cotidianamente detallan una crueldad social- refiere la guerra que se libra en el seno de las familias saltillenses, habla de la posibilidad de ser copartícipes o testigos silenciosos, “aborregados” de innumerables formas de violencia y discriminación.
Esta noticia representa una deshumanización atroz y un desamor social generalizado.
Es la narrativa de una sociedad materialista y putrefacta que ya no se espanta de nadie ni de nada, que todo lo acepta, inclusive la violencia, el dolor y la desesperanza de nuestros más próximos. De los que aquí habitan. De nuestros vecinos.
Admirable constelación
Siempre me ha admirado la hermosura que esconden los erizos de mar. Tiempo atrás comenté en este mismo espacio, como éstos, una vez calcificados, toman la forma de un elegante capullo, pero su sublime belleza esta oculta, detrás de unas punzantes agujas que resguardan y esconden este esplendor.
Jamás imaginé que detrás del aspecto peligroso y arisco de los erizos existiera tan espectacular belleza. Nunca pensé que su esqueleto guardara tal excelsitud, orden y originalidad. Igualmente, siempre me ha sido difícil comprender la razón por la cual la naturaleza esconde tantos milagros que generalmente son invisibles a los ojos humanos.
Personas erizos
Luego especulé que tal vez las personas somos como los erizos, pues en muchas ocasiones nos dedicamos a construir meticulosamente murallas infranqueables a nuestro alrededor para así aparentar lo que no somos.
En ocasiones somos expertos en construir terribles púas para protegernos no sé de qué tantas cosas, pero luego, a base de costumbre, llegamos a pensar que así es como en verdad somos y entonces emprendemos nuestras relaciones interpersonales a base de mantener distancias los unos con los otros, renunciando, de paso, a mostrar al mundo, a los otros, los verdaderos y hermosos trazos que cada quien, sin duda, llevamos en el alma.
Tal vez, a medida que crecemos, vamos forjando un caparazón repleto de aristas que nos protegen pero que a su vez, peligrosamente, lastiman a quienes intentan acercársenos. Al intentar protegernos, rechazamos, para luego ser repudiados, convirtiéndonos, sin saber, en la misma causa de los rencores, agravios y discusiones que tenemos con los “otros”.
Fabricantes de púas
Existen también personas que tienen el hábito de convertir al “éxito” superfluo - económico, profesional, político o social - en una arma puntiaguda y punzante que devalúa a las demás personas. Son las “erizo-personas”, quienes, por decisión propia, se han transformado en seres insufribles, ignorantes, huecos, pero sobre todo, dañinos.
Otras púas que fabricamos con facilidad son las creencias que convertimos en verdades absolutas tornándonos intolerantes, son esas formas de pensar que no dan cabida a los que otros creen, es la soberbia que desintegra todo sentimiento de bondad, justicia inclusive de amor.
Sin duda, amenazadoras también son las púas que nacen de los fracasos y triunfos aparentes y alejan para siempre la aventura de volver a intentar e insistir. Graves igualmente son las aristas que dificultan la comunicación, y esas que se generan por la costumbre de enfrascarnos en la crítica hiriente que esconde la apatía de emprender eclipsando el sol de la vida.
El caparazón del egoísmo
Lo triste de convertirnos en “personas-erizos” es que, a diferencia de los erizos marítimos, deliberadamente forjamos nuestras personalísimas púas sin necesidad alguna, tal vez solo como costumbre, o aprendizaje social, pero al paso del tiempo ellas mismas nos secuestran y enmascaran ante la vida y la realidad, separándonos del prójimo; entonces aparece el aislamiento, la soledad, la injusticia y por ende el sufrimiento.
Así, sin saberlo, en algún punto de la existencia, iniciamos un proceso sin fin que encierra al alma entera en una infranqueable barricada, impidiendo toda posibilidad de anchura, de apertura. Así la existencia paulatinamente pierde contenido y todo se transforma en descontento y desencuentro.
Pero el capullo del erizo nos enseña que también las personas tenemos en el fondo, escondido bajo púas, un hermoso caparazón donde mora el origen de la misma creación. Que son las circunstancias de la vida y el poder de la libertad misma - hechos puramente humanos - quienes la invaden con esos bordes lacerantes que la descomponen provocando su avinagramiento y el de su entorno.
Sería bueno
Sería necesario aprender a distinguir la belleza grabada en el caparazón de cada quien, la cual es invisible a simple vista e imposible de encontrar si estamos determinados a ver solamente lo malo, lo negativo de las demás personas, si nos empeñamos en ver a través de las gafas oscuras del egoísmo que llevamos dentro. Esta visión cambia cuando abrimos la puerta al perdón, la tolerancia, el diálogo y la generosidad.
Sería bueno que las personas frecuentemente viajáramos hacia la profundidad de nuestras propias armaduras; útil sería transitar hacia el corazón para descubrirnos personas, seres humanos; para comprobar que la felicidad se alcanza otorgando el valor a los encuentros, que la felicidad es asequible inclusive ante la presencia del dolor que en ocasiones la acompaña, que ésta es posible cuando llegamos a comprender que no somos felices por lo que tenemos sino por lo que somos… Por lo compartido, por quien nos preocupamos y velamos.
Sospecho
Presiento que si emprendiéramos ese viaje, descubriríamos la posibilidad de vivir una existencia más tersa, repleta de emocionantes y vibrantes encuentros, de aprendizajes y plena libertad.
Indudablemente, la naturaleza guarda sorprendentes misterios y enseñanzas. Envuelve bellezas insospechadas, como es el caso del caparazón de un humilde erizo de mar.
Sospecho que esa hermosura también reside en el corazón humano, especialmente en esos que, deliberadamente, se visten y aprovisionan con impenetrables púas de acero que finalmente no son más que requerimientos de amor y cuidados no recibidos, porque el amor todo lo suaviza, todo lo abraza.
Los titulares hoy anuncian noticas púrpuras que se nutren de violencia, desencanto y abandono, todo porque el amor, la capacidad de asombro y el sentido de fraternidad están ausentes en nuestros corazones. Somos espinas. Somos una sociedad deshumanizada.
Pero aún hay una esperanza racional: solo basta sentir vibrar a la naturaleza que nos puebla, la gente buena que nos abriga, los ojos de los más pequeños, de los niños, de esos jóvenes que se desviven por sus ideales y por hacerles un mejor mundo a los “otros”, a sus hermanos, y escuchar las palabras de aliento y sabiduría de los más viejos, de los que han vivido y que aún desean dejarnos un legado de amor y vida.
cgutierrez@itesm.mx
Programa Emprendedor
ITESM Campus Saltillo