Mujeres fuertes
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Lugar de grande genio e ingenio es Los Herreras, Nuevo León. Es la tierra de Lalo González El Piporro, de Ernesto El Chaparro Tijerina, de Jorge Pedraza Salinas.
Pero si muchos prohombres ha dado Los Herreras, más promujeres ha dado y sigue dando. (No sé si exista esa palabra, promujeres, ni tiempo de ahora de consultar el diccionario, pero si la Academia no registra el tal vocablo, en esa falta vería yo otra demostración de la actitud machista que las mujeres sabias en cosas filológicas, doña María Moliner primera entre ellas, han señalado en el lexicón de esa real y venerable sociedad).
De Los Herreras es, naturalmente, la tía Melchora, a quien se atribuye -con buenas evidencias para probar el dicho- la invención de ese mirífico manjar que es el machacado con huevo. Mujer de mucho temple y vivaz inteligencia era la tía Melchora. Se subía al tren de Laredo sin comprar boleto. Cuando el inspector se lo pedía le contestaba la tía Melchora:
-¿Pa qué me haces que lo compre, pelao? Al cabo de cualquier modo vas paallá.
El general Bonifacio Salinas Leal, hombre de buenas ocurrencias y compadre de doña Melchora, le dijo cierto día que había hecho un trato con su compadre, el marido de ella: el compadre se iría con la señora del general, y éste se quedaría a vivir con doña Melchora.
-¿Y yo qué voy ganando? -replicó la tía-. Nomás cambio cabrón por cabrón.
Es el caso de decir que otra dama nacida en Los Herreras, doña Delia Peña, fue electa alcaldesa del lugar. Su antecesor, que ya dos o tres veces había sido alcalde, le dijo que le iba a enseñar cómo se debía gobernar el municipio.
Doña Delia, célibe ella, le dijo al buen señor:
-Mire usted, don Fulano. Si no me casé fue para que ningún pendejo me viniera a decir cómo debo hacer las cosas.
Pienso que en mujeres como estas dos que he dicho está la verdadera raíz de la liberación femenina. Yo, creo, he logrado ya esa forma de liberación masculina que consiste en despojarse uno del prejuicio según el cual el varón debe siempre imponer su voluntad. Desde luego a esa conciencia no he llegado por vía filosófica, sino por el camino del matrimonio, que nos enseña a los señores la verdad de que nunca tenemos la última palabra, a no ser que ésta sea: Tienes razón, mi vida. Lo cierto es que el hombre que no oiga la voz de la mujer está condenado irremisiblemente a errar.
La mujer, obedeciendo, manda, solía decir doña María, mi señora suegra, que goza ya la paz de Dios. Sabia máxima es esa, y eficiente. En Los Herreras, sin embargo, las mujeres de fuerte voluntad hacen la suya, para bien de su casa y de su comunidad. Enhorabuena sea eso. Reconozcamos que en Los Herreras y en el resto del mundo los hombres casados nos dividimos en dos clases: aquellos que confesamos en forma palmaria y paladina ser unos mandilones y aquellos que también lo son, pero no lo confiesan. Sea por Dios.