Mirador
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El granizo no conoce la piedad.
Es inmisericorde. Es implacable. No perdona a la flor, ni tiene compasión del fruto. Se burla de la oración de las mujeres y de las maldiciones de los hombres. Se ríe si cubres tus árboles con telas protectoras: él las vence con su peso, y quiebra sus ramas, y te quiebra a ti.
Granizó ayer en mi huerto. Los granizos tenían el tamaño de las canicas con que jugué de niño. En el techo de la casa se oían como balazos. Pronto la tierra se pintó de blanco. Blanco muerte.
¿Cuánto tiempo duró la tempestad? Unos minutos. Toda la eternidad. Mañana don Abundio hará su broma acostumbrada: El granizo me acabó la huerta, licenciado. A mí también, don Abundio. Ah, vaya. Entonces la cosa no estuvo tan mal.
La gente del Potrero mira el suelo cubierto con las hojas que tumbó el granizo y dice: Lo hace quien puede. Algunos dirán que eso es resignación. Yo digo que es fe. Y con la fe viene siempre la esperanza.
¡Hasta mañana!...