Mirador
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Los ruidos familiares de la casona en el Potrero de Ábrego.
El crujir de la madera de encino con que está hecho el gran ropero que perteneció al abuelo, y que aún guarda en su interior, todavía con espectral olor de naftalina, sus trajes de casimir y su abrigo de lana
El leve golpeteo del postigo en la ventana del cercano comedor, que nos dice que afuera sopla el viento que alejará a las nubes
El drip drip chopiniano de la gota en el escurridor de la cocina, que sólo sabe tocar una nota de la escala, pero que tiene precisión y monotonía de metrónomo
Esos ruidos son, todos, mis amigos. Con ellos vivo cada noche. Me arrullan en el sueño, y en el insomnio me acompañan. Una casa sin ruidos tiene el estólido silencio de un cuarto de hotel. Con estos ruidos es como si la casa cantara, igual que las antiguas criadas que entonaban canciones de amor y desamor mientras lavaban o planchaban.
En todos mis sueños, incluso en el final, seguiré oyendo estos ruidos familiares que me hablan de una vida que no tiene final.
¡Hasta mañana!...