Medios, política y falacias
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PANÓPTICONuestras clases políticas –priístas, panistas, perredistas, ecologistas y udecistas- se preocupan en exceso por lo que se presenta de ellos en los medios de comunicación. ¿Por qué es así? ¿Cómo explicarlo?
Tres falacias pulularían en sus mentes para entender su ansiedad: Primera, los medios reflejan de manera directa el sentir y pensar de la opinión pública. Segunda, éstos influyen de manera puntual en la modelación mental y actitudinal de los ciudadanos. Tercera, la imagen pública del político depende únicamente de los medios de comunicación. Ninguna de las tres es totalmente cierta.
La primera falacia habla de una imposible relación directa entre medio y el pensar de cada lector, radioescucha o televidente. Cada medio posee un sesgo particular para “tratar” las noticias, de acuerdo a sus audiencias-objetivo. O en algunos casos, en directa consonancia a los intereses políticos que el medio amamanta. Cada uno, de manera irregular, llega a ciertos públicos, pero nada más. La mayoría de las veces las personas no leen todo el periódico; no escuchan todos los programas radiofónicos y no miran todos los programas de televisión. Por si esto fuera poco, su recepción varía de acuerdo al tipo y contexto de la audiencia. No es lo mismo que un obrero de la General Motors lea VANGUARDIA en su domicilio ubicado en la Colonia Guayulera; a que un ejecutivo de la misma planta lo lea en su residencia del fraccionamiento San Alberto.
La segunda falacia sugiere que las audiencias receptoras son fácilmente manipulables por los medios. Cual si éstas fuesen títeres del periódico, marionetas del radio o pepeluches de la televisión. Nada más alejado de la realidad. Cada audiencia, de acuerdo a su edad, género, clase social y nivel de escolaridad “decodifica” o negocia la interpretación de los significados implícitos y explícitos contenidos en los mensajes emitidos por los medios. Igual. No es lo mismo que una familia de la Colonia Las Tetillas mire el noticiero nocturno de López Dóriga; a que lo haga una familia de la Colonia Doctores. Dos mundos aparte perciben y construyen sus sentidos de la realidad noticiosa también de manera diferente.
La tercera falacia plantea que el político moderno para existir debe vivir en amasiato con los medios. Para éste lo “no publicado no existe”. Tal premisa aleja al político de la gente “real” y lo vuelve artículo de supermercado; mientras sus propuestas son reducidas a la banalidad. En nuestro país, las formas y tiempos de los medios; no facilitan la cercanía con la gente; tampoco, la humanización del político; menos, la comunicación substantiva de sus ideas. Por ello, entre mayor dependencia del político hacia los medios; mayor será la abstracción de su entorno; su deshumanización y la vaciedad de sus propuestas. Ellos deben escuchar la sugerencia de Azorín cuando dice “ne quid nimis: huyamos de los extremos”.
La mayoría de nuestros políticos locales aminoran la ansiedad provocada por estas falacias corrompiendo a los medios para utilizarlos a su antojo. Ya para crearse una imagen o atacar a sus contrincantes. Su autoengaño es claro, no imaginan la peligrosidad del zambullirse en una situación no predecible: Crear una imagen en una realidad noticiosa tan cambiante es casi imposible. Recordemos la megapublicidad de corte calderonista que imperó durante el sexenio pasado. ¿Quién podría asegurar hoy que la imagen de un Gobernador permanecerá intachable, una vez terminado su periodo de gobierno? Utilizar los medios para golpear enemigos políticos también tiene un límite: La mayor cantidad de dinero que dichos contrincantes pudiesen pagar al mismo medio para revertir tal golpeteo.
Las luchas de interés entre grupos económicos o políticos se ventilan, en su mayoría, entre las aguas negras de los drenajes subterráneos de los medios de comunicación. Esta práctica reduce el derecho a la información; y la posibilidad de ser partícipes, de manera abierta y transparente, del debate sobre asuntos relevantes para nosotros los coahuilenses. Peor aún, esta situación limita los espacios de crítica; plural, tolerante y abierta.
Estas creencias erróneas de nuestras clases políticas, empobrecen la capacidad de los medios locales y de los lectores para formar una opinión pública madura y comprometida con su realidad. Más aún, empobrece el quehacer de la política; mercantiliza el oficio periodístico, radiofónico o televisivo; y limita el derecho de información ciudadana para acceder a los asuntos de la vida pública. La ruptura de la misma exige a ambas partes, políticos y medios, reinventar sus respectivas identidades a la luz de los cambios actuales que buscan favorecer una transición definida y profunda hacia mejores tiempos para nuestro Coahuila.
Dicha reinvención, para ser real, habrá de pasar por el siguiente tamiz: Primero, construir una arena pública en la que prevalezca el diálogo transparente entre políticos y medios en un clima abierto, respetuoso, tolerante y plural. Segundo, formar una opinión pública enraizada en valores de credibilidad y confianza en los medios locales. Como resultado, estos dos puntos fortalecerían nuestro camino hacia nuestra democracia estatal y participación ciudadana. ¿Será mucho pedir?