Manos a la vida
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El escritor José Luis Martín Desclazo escribe: “En el mundo hay dos clases de hombres: los que valen por lo que son y los que sólo valen por los cargos que ocupan o por los títulos que ostentan. Los primeros están llenos; tienen el alma rebosante; pueden ocupar o no puestos importantes, pero nada ganan realmente cuando entran en ellos y nada pierden al abandonarlo. Y el día que mueren dejan un hueco en el mundo.
Los segundos están tan llenos como una percha, que nada vale si no se le cuelgan encima vestidos o abrigos. Empiezan no sólo a brillar sino incluso a existir, cuando les nombran catedráticos, embajadores o ministros, y regresan a la inexistencia el día que pierden tratamiento y títulos. El día que se mueren, lejos de dejar un hueco en el mundo, se limitan a ocuparlo en un cementerio. Y a pesar de ser así las cosas, lo verdaderamente asombroso es que la inmensa mayoría de las personas no luchan por “ser” alguien, sino por tener “algo”; no se apasionan por llenar sus almas, sino por ocupar un sillón; no se preguntan qué tienen dentro, sino qué van a ponerse por fuera”.
No muere…
Aquellos que dejan un hueco en el mundo, los que son auténticos, también son seres humanos que viven con una fe enrome y esperanza sin límites, como Santa Teresa De Jesús que decía “vivo sin vivir en mí y tan alta vida espero que muero porque no muero”; ciertamente, estas personas bien podrían poner en su epitafio: “Aquí no muere la vida, sino la muerte”, poderosa y milagrosa creencia que se alimenta, paradójicamente, por el amor a la vida.
Tal vez…
Tal vez por intentar ser como los segundos existe la tendencia de sentirse aburridos, a desganarse ante las faenas de la vida, a fastidiarse ante el paso de los minutos, a malhumorarse ante el correr de los días y a hundirse frente a esos problemas que son más imaginarios que reales. A ser simplemente “percheros”.
Tal vez, por ansiar solamente el tener, muchos jóvenes convierten sus esplendorosos días en interminables y oscuras noches, a la larga, convirtiéndose en seres tristes y aburridos, sin siquiera darse cuenta que, tanto el aburrimiento y desdicha, no dependen de los éxitos o fracasos, ni del tener bienes materiales, sino dependen de la frescura del alma que habita en el corazón de las personas y que quiere ser descubierta, ensanchada.
Creo que por andar preocupados e inquietos por lograr tantas cosas y menesteres, en ocasiones olvidamos vivir, dejamos a un lado el disfrute de abundantes y maravillosos momentos y experiencias que son totalmente gratuitas y alcanzables.
Siento que, a veces, pensamos que los bellos momentos son parte de la vida, sin comprender que ellos son la vida misma, y éstos buenos instantes siempre los tienen los que saben para qué existen.
Si pudiera…
Séneca apuntó “doloroso es que comencemos a vivir cuando morimos”, realidad que se expresa puntualmente en la siguiente reflexión, cuya autoría no se conoce con certeza: “Si pudiera vivir nuevamente mi vida, - dice Borges - en la próxima trataría de cometer más errores, no intentaría ser tan perfecto, me relajaría más, sería más tonto de lo que he sido, de hecho tomaría muy pocas cosas con seriedad.
“Sería menos organizado, correría más riesgos, haría más viajes, contemplaría más atardeceres, subiría más montañas, nadaría más ríos, iría a más lugares donde nunca he ido, comería más helados y menos habas, tendría más problemas reales y menos imaginarios.
“Yo fui una de esas personas que vivió sensata y prolíficamente cada minuto de su vida; claro que tuve momentos de alegría. Pero si pudriera volver atrás trataría de tener solamente buenos momentos. De eso está hecha la vida, solamente de momentos, no te pierdas el ahora.
“Yo nunca iba a ninguna parte sin termómetro, una bolsa caliente, un paraguas o un paracaídas. Si pudiera volver a vivir viajaría más liviano. Si pudiera volver a vivir comenzaría a andar descalzo a principio de la primavera y seguiría así hasta concluir el otoño. Daría más vueltas en calesa, contemplaría más amaneceres y jugaría con más niños, si tuviera otra vez la vida por delante. Pero ya ven, tengo 85 años y sé que me estoy muriendo”.
Si volviera…
Si volviera a vivir haría esto o aquello otro, si pudiera volver a esos tiempos idos para siempre ¡entonces sí que sería más amante de la vida! Pero el tiempo es irrecuperable, es escurridizo. Mejor salgamos del territorio de los “pudiera, hubiera o tuviera”, y emprendamos la marcha a la comarca de los buenos momentos, al jardín de la esperanza y alegría.
Bien decía Séneca: “La noche apremia al día, el día a la noche; el estío acaba con el otoño; al otoño lo empuja el invierno, que es echado por la primavera; todo pasa para volver de nuevo”, por tanto ¿porque - para qué - vivir preocupados si nadie pude trastocar un sólo
segundo?
Creo que la vida se confecciona de momentos y que cada momento en si es una pequeña vida, que esos breves instantes que se convidan silenciosamente entre sí y que así, sucesivamente, se van amontonando unos arriba de otros son los que finamente entretejen nuestra singular existencia. Así pues, vivir la existencia, implica saber vivir el momento y vivir el instante es ganar el aquí y el ahora, despojándonos de tiempos pasados y futuros apocalípticos.
Vivir el momento significa desprendernos del miedo que a veces sentimos del mañana y en ocasiones de nuestros semejantes; implica aprestar la voluntad para amar en vida a los que nos ayudan a hacer nuestra vida.
Vivir el momento significa decirle “aquí estoy” a los retos, al trabajo, a la pareja, a los hijos y también a los amigos. Vivir el momento, es saber encontrarnos los unos con los otros; quiere decir: amar lo que hacemos o haber tenido el coraje de emprender lo que amamos. Implica, también, no desfallecer cuando nuestros actos no sean del todo fieles a nuestro pensar.
Partidarios de vivir
Vivir implica - como diría Sabato - comprender que “el ser humano sabe hacer de los obstáculos nuevos caminos porque a la vida le basta el espacio de una grieta para renacer”, saber que “el mundo nada puede en contra de un hombre que canta en la miseria”.
Para vivir el momento, entonces, hay que dejarse alentar de otros, animar a los demás, pero fundamentalmente dejarse entusiasmar de Dios.
Gracias a Dios que hoy aún estamos con vida. Entonces ¡vivamos! Sabiendo que este es nuestro supremo oficio, sabiendo que todos los momentos representan también espacios para la libertad y definición.
¡Echemos manos a la vida! Hagamos notable e inolvidable cada momento, que insisto, en ellos se puede vivir toda una vida. Aprovechemos apasionadamente este breve paréntesis de nuestra eternidad, abramos el alma sin reservas - de par en par - a este espléndido “ahora”.
Renazcamos continuamente. Todos tenemos la oportunidad para recomenzar una nueva manera de vivir, de estar, para que, luego, en el ocaso de nuestra personal existencia, no tengamos que decir “si tuviera otra vez la vida por delante”.
Hagamos el club “partidarios de vivir”, en donde para ser miembros no se requiera ni visa, ni credencial alguna, sino solamente hacer por dejar un hueco en el mundo o, por lo menos, en el corazón de las personas que amamos o que nos amaron sin pedir nada a cambio.
De paso, gustosamente, también pediremos que nuestros epitafios manifiesten: “Aquí no muere la vida, sino la muerte”. Tan grande puede ser el amor por vivir. Tan grande, también, puede ser la fe para desear escuchar en la eternidad el eco de nuestras acciones, de la vida vivida.
cgutierrez@itesm.mx
Programa Emprendedor
Tec de Monterrey
Campus Saltillo