Mandatarios en laicidad

Opinión
/ 14 junio 2013

Lo ha de hacer el buen judío, el buen mahometano, el buen cristiano y otros más

Si son mandatarios y actúan por ello en la vida política y pública han de evitar la corrupción y servir a todos buscando el bien común.

En eso se notará el valor de su fe. De nada sirve una sopa católica anunciada así en el menú de un restaurant, servida con velas, incienso y agua bendita si a la hora de probarla está casi hirviendo y además está salada.

La apreciación de un mandatario no se dará en el pueblo por los signos de fe que porte ni por las prácticas privadas o públicas de un culturalismo dislocado sino por los resultados que ofrezca de una buena administración.

No ha de buscarse el aplauso de los presentes por una consagración, una entrega de llaves de la ciudad o una cesión de autoridad a un personaje celestial. ¿De qué sirve, por ejemplo, que una comisión tenga nombre sagrado y que el responsable haga una plegaria si no hay transparencia en el manejo de fondos y hay sustracciones solapadas? En la política no se quiere devoción, sino limpieza e información.

¿Exhibir misticismo en lugar de practicar civismo? ¿Valdrá un funcionario o funcionaria por su ofrenda piadosa exhibida en público aplaudidor o por sus logros en justicia social y en acompañamiento de víctimas? Alguien comentaba que si después de las entregas traídas de los cabellos a lugar u ocasión indebida, los crímenes y los desfalcos que se repitieran serían atribuídos a fallas de la divinidad y no de quien recibió el mandato.

Que un ministro, en acto de culto de su comunidad judía, mahometana o cristiana, quiera dedicar, ofrendar, consagrar la nación, la ciudad o el barrio a una providencia superior, se ve como un acto auténtico y situado. Al político solo le toca poner toda la aptitud y la rectitud de su persona y de su equipo a obedecer el mandato de bien común que le dio su pueblo.

Fue bueno que, hace tiempo, se separara la Iglesia del Estado. El Estado laico es una maravilla porque no lo inspira el laicismo sino la laicidad. Es el respeto a todas las corrientes espirituales de su territorio y la no interferencia recíproca en sus estructuras y en su funcionamiento. Laicidad no es exclusión, sino convivencia pacífica, estima de aportes positivos, servicio concertado. Es cierto: ¡ni santurronería oficial ni poltiquería eclesial!... No querer pagar el tributo a Dios con la moneda del César, olvidando la imagen divina en la persona y el tributo a Dios de una buena conciencia en las obras eficaces...

 

El autor de Claraboya, quien ha escrito para Vanguardia desde hace más de 25 años, intenta apegarse a la definición de esa palabra para tratar de ser una luz que se filtra en los asuntos diarios de la comunidad local, nacional y del mundo. Escrita por Luferni, que no es un seudónimo sino un acróstico, esta colaboración forma ya parte del sello y estilo de este medio de comunicación.

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