Locos y loquitos
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Hay un poblado en Tamaulipas que goza de mucha fama por sus locos. Dicen las malas lenguas que El Pollo Loco se anuncia ahí como Pollo de la región.
Un señor originario y vecino de ese lugar me contó el otro día de un loquito que se la pasaba sentado en la parte más alta de una barda de adobe, en un solar baldío de la ciudad.
Cuando una mujer pasaba por ahí el orate se quitaba ceremoniosamente el sombrero y la saludaba con respeto. Pero si era hombre el que pasaba, el loco hacía ademán de sacar una imaginaria pistola de la funda, le apuntaba desde la altura al transeúnte con el índice y el pulgar de la mano derecha, y luego remedaba con la voz el ruido de un disparo. Al parecer el supradicho loco había visto alguna vez una película de vaqueros, y el film lo impresionó de tal manera que dio en imitar el gesto de los pistoleros del Oeste.
Un hombre pasaba todos los días por donde estaba el loco, y éste le hacía el consabido disparo. En una de esas veces el loco echó mano, como siempre, a su imaginaria arma e hizo con la voz el ruido de la bala: ¡Bang!. Al otro se le ocurrió, por broma, hacer él también el movimiento de sacar una pistola, y con la mano le disparó a su vez al demente: ¡Bang!. Sucedió entonces algo insólito: el loco se desplomó desde lo alto, y con estruendo de grande costalazo cayó de lomos sobre el suelo, donde quedó todo molido y derrengado, pues no era poca la altura de la barda.
Muy asustado corrió el hombre a dar ayuda al infeliz. Cuando llegó junto al orate le dijo éste con dolorido tono de reproche:
-¡Cómo eres ingrato! ¡Yo nunca te tiré a dar!
En los pueblos oye uno cosas de mucha sustancia y sabrosura. En uno del norte de Coahuila me contaron de este ingenioso señor dueño de una tienda en la cual ofrece objetos de la más disímbola naturaleza. Tenía una vez un tololoche, que así se llama en lengua popular el contrabajo. Y decía el señor hablando del tololoche aquel:
-Está curado.
Alguien le preguntaba con curiosidad:
-¿Cómo que está curado?
-Sí -explicaba el comerciante-. Ha tocado lo mismo en la iglesia que en el congal. Sabe de todo.
Este mismo señor, cuyo nombre no pongo aquí por no tener licencia para ello, solía decir:
-¡Qué raras son las mujeres! Cuando me casé no me gustaba ninguna, nomás la mía. Ahora me gustan todas, menos la mía.