Llegaron las lluvias
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Nadie seguramente ya recuerda el viejo film cuyo título tomé para el de mi artículo de hoy. Sin embargo esa película, filmada en 1939 y cuyo título original es The rains came, es muy citada por los críticos como ejemplo de buen cine. Basada en una novela de Louis Bromfield, autor de moda en los años treintas del pasado siglo, Llegaron las lluvias narra la historia de una mujer de sociedad (Myrna Loy) condenada a vivir en la India por un marido a quien no ama. Allá conoce a un guapo médico nativo -el papel lo hace Tyrone Power-, y trata de conseguir que el apuesto facultativo le alivie su tedio de mujer desamorada. Todo parece conducir a esa noble labor de sanidad cuando una terrible inundación causada por las lluvias hace que el médico lo deje todo para ir a ayudar a sus paisanos en desgracia. Myrna se convierte del mal al bien: la mujer frívola y egoísta pasa a ser un ángel de bondad que se sacrifica por ayudar a Tyrone y a su pueblo. Hollywood, Hollywood químicamente puro.
Volví a ver hace días esa película, que está en la cineteca de Radio Concierto, y al verla pensé en la lluviosa temporada actual. Los saltillenses debemos agradecer a nuestros padres fundadores -don Alberto del Canto y los demás- haberse establecido en el suave declive de una loma. Eso hace que el agua de las lluvias baje por las calles y se vaya, no sin dejar a la ciudad como mujer recién bañada. Don Diego de Montemayor, en cambio, el fundador de Monterrey, a más de ser cornudo debe haber sido pésimo urbanista, pues fue a fincar su población en un terreno bajo y a la orilla de un río que cuando no está seco se desborda. Por causa de eso cada vez que llueve Monterrey se inunda, y las embravecidas aguas -así debe decirse- aumentan la lista de las defunciones. Seis muertitos han causado ya las lluvias de estos días en Monterrey.
Cuando llueve, la gente de la ciudad dice:
-¡Qué feo está el tiempo!
Y es que piensa en todos los inconvenientes que la lluvia causa, entre otros los choques de automóviles. Las autoridades de tránsito en la vecina capital regiomontana ya conocen el dato: cada vez que llueve hay en Monterrey doscientas colisiones de vehículos. Los talleres de enderezado y pintura le tienen prendida siempre una vela a San Isidro, pidiéndole que quite el sol y ponga el agua. Las compañías aseguradoras, en cambio, le tienen prendida otra para rogarle que quite el agua y ponga el sol.
Cuando llueve la gente del campo dice:
-¡Qué bonito está el tiempo!
Piensa en las buenas besanas que se harán para la siembra; en los pozos y norias que recibirán nuevo caudal; en la hierba que brotará en los agostaderos para alimento de cabras y de reses. Además la lluvia propicia la grata reunión en las cocinas, con el sabroso café de olla y el más sabroso yerbanís o té de menta, acompañamiento obligado de la morosa plática junto al encendido llar, que así se llama todavía en el Potrero al fogón de la cocina.
Ya se sufran las lluvias o ya, como en el campo, sean centavitos que caen del cielo, lo cierto es que llegaron, y duran todavía. A mí me gusta mucho que llueva. Creo que el agua es buena hasta tomada.