La semana mayor
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Estoy cierta que cada vez es más difícil que las personas entiendan que la semana mayor es un espacio que debiéramos dedicar a la reflexión y al recogimiento
En mi adultez, siempre, cuando llega la semana santa, vuelvo la vista del corazón al pasado, y el encuentro es el mismo: la devoción de mi madre. Eran días de silencio y recogimiento interior, eran me decía, tiempos para recordar la pasión de Jesús de Nazaret. Un hombre de carne y hueso, pero al mismo tiempo, Hijo de Dios.
Y que no obstante, ser quien era, no tuvo empacho en convertirse en el más humilde de los mortales, para vivir en carne propia el maltrato, las burlas, la injusticia de una condena inmerecida - y brillaban los ojos de Rosario con genuino pesar, pero también con coraje, cuando me lo narraba.
Toda la vida han habido traidores y cobardes, Esther. Judas Iscariote lo vendió por treinta monedas a los sumos sacerdotes judíos, Anás y Caifás, lo entregó con un beso para identificarlo a sus enemigos. Y a partir de aquello lo trajeron de Herodes a Pilatos. Ninguno quería cargar con la injusticia de condenarlo por delitos que nunca había cometido.
La pasión y muerte del Redentor, me las enseñó la narrativa simple pero sentida de una mujer creyente hasta el tuétano, de la fe católica, del amor a Dios, que es inmenso y sin condiciones, y también del temor a Dios, que no es más que el respeto a los principios de la fe cristiana, y vivir conforme a ellos, nada más y nada menos. El Dios que Rosario me enseñó a amar es magnánimo, cariñoso, benevolente, paciente, risueño, alegre. Es el ser más bueno del universo, siempre perdona, pero tienes que arrepentirte de corazón de haber obrado mal, es lo único que te pide. Y convencida estoy de que así es.
Rosario no quería a Judas por traidor y por cobarde. Pobre Judas, mamá -replicaba yo - si hasta se ahorcó cuando comprendió el mal que había causado. Y entonces volvía hacia mí sus ojos iracundos - Ese es el peor de sus pecados, en lugar de haber purgado su mal, se quitó la vida, la vida no es de uno, es de Dios, de modo que solo él puede disponer de ella ¿te quedó claro? A mí, Judas siempre me ha causado mucha pena, más pena, que ira. Mira que nacer para entregar al Maestro, y luego su falta de espíritu. Si de lo que es digno, es de lástima.
Se lo compartí alguna vez a mi madre, me escuchó y después de un rato de silencio, me contestó: Fue un traidor y un cobarde, y no hay razones ni motivos que lo justifiquen. Apréndetelo, en la vida te vas a encontrar con gente así. Ya sabes como son y lo que hacen.
¿Y Pilatos? El Procurador de Judea. Su lastre de cobarde ha trascendido a lo largo de los siglos. Revestido con su toga praetexta con ribetes en púrpura, como correspondía a los altos magistrados de Roma, teniendo ante si a un hombre que sabía inocente, y viendo que nada adelantaba, para aplacar los ánimos de aquel tumulto que pedía la muerte del nazareno, simplemente se puso de pie, tomó agua y se lavó las manos: Inocente soy de la sangre de este justo.
Los Pilatos han existido en todos los tiempos, los de hoy no son la excepción. El lavatorio de manos ha quedado como ejemplo deleznable, de aquel que por conveniencia personal, cede ante la presión de otros, aunque sepa que está actuando mal.
Pero también esta fecha memorable para el mundo cristiano, atesora el misterio de la esperanza y la más grande historia de amor, y por eso lo revivimos generación tras generación. Ojala que no se pierda nunca, aunque estoy cierta que cada vez es más difícil que las personas entiendan que la semana mayor es un espacio que debiéramos dedicar a la reflexión y al recogimiento. Y es que no solo de pan vive el hombre.
Hasta el último día de mi vida le agradeceré a mi madre el regalo de fe que me hizo cuando era niña. Nunca ha perdido sentido mi existencia y no me canso de agradecerle a Dios por ello.