La santa obediencia
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Hay una frase muy usada entre aquellos que forman parte de una comunidad religiosa. Esa frase dice lo siguiente: “El que obedece no se equivoca”.
Un buen día el padre Rafael Guízar y Valencia fue a visitar a sus hermanas. Al llegar las encontró llenas de angustia y asustadas. Le dijeron que unos hombres habían traído todas las cosas que él tenía en su habitación del seminario: su cama, su buró, su mesilla de trabajo, su ropa y demás objetos personales. ¿A qué se debía eso?
El padre Guízar lo ignoraba, pero bien alcanzó a entender que el asunto era grave. Lo era, en efecto. En ese momento llegó otro sacerdote a informarle que el obispo Cázares le había impuesto la pena de suspensión llamada “ex informata conscientia’’. Tal nombre recibía el derecho que tenían los obispos de suspender según su criterio a un sacerdote sin informar a nadie -ni al propio suspendido- la causa de la pena. En adelante el padre Guízar ya no podría oficiar misa ni impartir los sacramentos.
La feligresía de don Rafael se llenó de indignación. ¿Por qué se castigaba así a su párroco, cuyas virtudes y afanes todos conocían? Una comisión de parroquianos fue a hablar con el obispo. Ni siquiera los recibió. Los demás sacerdotes estaban igualmente preocupados y molestos. El padre Méndez, antiguo maestro de Teología del padre Rafael, le aconsejó que fuera a México a quejarse con el Delegado Apostólico.
-No puedo ni quiero -respondió Guízar-. Jamás haré nada que pueda causar el menor sufrimiento al señor Cázares.
Motu proprio -es decir de sus pistolas- el licenciado Perfecto Méndez fue a abogar por el presbítero. Muy conocido era ese señor, padre de quienes llegarían a ser ilustres humanistas, los también sacerdotes Alfonso y Gabriel Méndez Plancarte, luminarias del pensamiento católico en México. A él le dijo el obispo que la causa de la suspensión era aquel anónimo que se había encontrado en el cajón del padre Rafael.
-¿Y él lo escribió? -preguntó el abogado.
-No lo sé -contestó el obispo-. Pero estaba en su cajón.
-Alguien pudo ponerlo ahí -razonó el licenciado Méndez.
-Que pruebe que él no es el autor.
-Señor -replicó el visitante-. En la legislación civil la carga de la prueba no la tiene el acusado sino el acusador. Quien afirma está obligado a probar. Es usted quien debe probar que el padre Guízar escribió ese libelo. Sólo de esa manera podrá justificar el castigo que le impuso.
Furioso, el obispo dio por terminada la conversación.
Más de un año duró la suspensión del sacerdote. Pasado ese tiempo un tribunal formado por tres canónigos levantó la pena impuesta. El padre Guízar fue a México, sí, pero para dar gracias en la basílica a la Virgen de Guadalupe.
Poco después se manifestó de plano la locura del obispo Cázares.
Otro, obispo, don José Othón Núñez, llegó a hacerse cargo de la diócesis de Michoacán. Está olvidado ahora ese señor obispo Cázares. Don Rafael Guízar y Valencia es venerado en los altares como santo de la Iglesia.