La movida regiomontana
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Amigos de toda laya me han hecho el vivo retrato de lo que fue la vida nocturna en Monterrey, en la segunda mitad de la década de los 80 y durante todos los 90, incluyendo el primer lustro de este siglo y milenio, insisto, antes de que comenzara el ignominioso sexenio de Felipe Calderón. Parece que sucedió en la vecina ciudad un destape y un despertar semejante a lo que fuera la Movida madrileña, esa época de órdago que sucediera a la dictadura melancólica y puritana del generalísimo Francisco Franco. (Hay quienes apodan a Saltillo y Monterrey, así sea más por su vecindad geográfica que por sus costumbres sexuales, Sodoma y Gomorra). Siempre fue una ciudad puritana, pero de repente se soltó el pelo y comenzó a explotar sexualmente a las hijas y esposas de los migrantes que llegaban del los estados vecinos en busca de un sitio en el vasto y complejo sistema industrial. Pues bien, según mis informantes, parece ser que las muchachas que iban a bailar al estudio de Jesús Soltero, y a conocer en persona a los ídolos gruperos, fueron de las primeras en enrolarse en la súbita y floreciente industria del table dance. Esa industria sin chimeneas que durante ese tiempo aportó ganancias tan pingues como la del vidrio y la hojalata. Era natural: la capital norteña de la cerveza se llenó de bares donde se consumía la producción local, amenizados por esas jóvenes migrantes que ganaban en una sola noche entre tres y diez mil pesos. Servicios confidenciales al cliente hacían las ganancias de estas ejecutivas sexuales. El estentóreo feeling de la Onda Grupera resonaba en esos cubiles asfixiantes, entre las espadas de neón y las mugrientas cortinas, pesadas de humo de cigarrillo. A final de cuentas, Jesús Soltero hizo una carrera solvente y decente en el medio del espectáculo. Las televisoras chilangas se percataron de la importancia de este personaje y lo importaron junto con la música grupera, en vista de que tendía a convertirse en un fenómeno mundial, sin que los auditorios capitalinos, colonizados por la salsa antillana, se dieran cuenta siquiera por ese entonces. Nuestro locutor tuvo programa propio, así fuese a las tres de la madrugada, hora de las adicciones, de “la auténtica noche oscura del alma”, del acordeón desbocado y de las balaceras. Televisa, que lo tenía en las filas de su infantería regiomontana, con típica miopía centralista, no lo había aprovechado. Soltero tampoco duró mucho en la leonina empresa de Salinas Pliego. A finales del siglo ingresó a un borroso canal de cable, donde poco a poco terminó de esfumarse. Hoy por hoy, pontifica todavía, exhausto y pasado de kilos, en un canal de la cadena Tres Estrellas de Oro, a sabiendas de que el movimiento musical del que fue partero está lastimosamente muerto. Su triple sí a la vida suena apagado y lluvioso, como las propias balaceras en los calurosos callejones de Monterrey. Su trayectoria de mediano éxito comprueba que no se benefició de los fondos dorados del narco. Los cárteles no apostaron por él, ni usaron su fofo abdomen como lavadero de dólares. Las estrellas de la Onda Grupera, pequeñas y grandes, que tanto le debieron en fama y a la larga en dinero, no le pagaron diezmo ni le rindieron demasiada pleitesía. Su destino fue el de tantos locutores de radio y televisión en México, que se achicharraron en los reflectores, que se tutearon –todavía no existía el twitter- con ídolos y divas de toda laya y se hundieron después en la jubilación y el anonimato, después de haber ganado toda su vida un salario mínimo. Es por ello que un homenaje de la Secretaría de Cultura de Nuevo León, o de la de Coahuila en su defecto, se hace indispensable para este soldado desconocido que sostuvo en sus espaldas, durante una década y media, todo el dorado peso de gloria de la Onda Grupera en el norte de México y el sur de los Estados Unidos.