La mexicanización del individualismo mexicano
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Cuando leímos que el Papa Francisco había descrito un proceso de deterioro político social como mexicanización todos nos sorprendimos por diferentes razones.
Unos por ingenuos narcisistas que todavía prohíben que se critique lo mexicano, todavía se engañan con la pregunta del cuento: espejito, espejito ¿cuál es el país más hermoso del mundo, el más democrático, el más noble y educado, el más sincero y transparente... y sobre todo el más católico?... y se creen la respuesta inventada desde hace décadas: como México no hay dos... aunque tengamos 50 millones de pobres marginados.
Otros se sorprendieron del nuevo verbo que se inscribirá en el diccionario de la Real Academia o en el lenguaje cotidiano del español moderno: mexicanizar, proceso de deterioro político-económico-moral que sufre una sociedad como consecuencia de someter su dignidad al poder económico del narcotráfico. No es el primer verbo que nos honra. Ya antes presumimos del verbo cantinflear con que la Real Academia designó la práctica de hablar sin razonamiento, acumulando palabras sin ton ni son. Y mucho antes se inscribió el verbo carrancear como sinónimo de robar impunemente a los ciudadanos con el pretexto de apoyo político o militar. Un verbo que no solo deteriora la imagen de un Prócer de la Revolución, sino que para muchos de sus adversarios lo estigmatizó hasta el presente.
Algunos, los menos, se irritaron por la intromisión ilegal en nuestro sacrosanto sistema político porque todavía lo conciben con el dogmatismo ideológico del siglo pasado en el que el Presidente y demás políticos ejercían la más perfecta de las administraciones públicas de la manera más infalible que cualquier Papa, y cualquier observación crítica de la realidad significaba una herejía contra la Patria. En este contexto era necesario, según ellos, que el Papa de aquí exigiera una explicación al Papa de allá.
Sin embargo los que deberíamos estar más sorprendidos, tanto como el Papa Francisco, del proceso de mexicanización, somos los católicos. Desde los obispos hasta los bautizados que formamos el Pueblo de Dios hemos estado amedrentados y silenciosos, viviendo en unas catacumbas protectoras de una persecución política y criminal, aterrorizados por la amenaza del secuestro y de desaparecer sin dejar huella. En un contexto social en el que la autoridad gubernamental no tiene control de los delincuentes y no ofrece garantías de seguridad, los católicos y los ciudadanos padecemos, no la vergüenza de una nueva palabra del diccionario, sino la tortura de un deterioro social que nos ha atrapado porque tanto la Iglesia como el sistema político no han creado una cultura de comunidad y participación social, que es su único antídoto. El proceso de mexicanización nació, creció y va a permanecer gracias al contexto de individualismo mexicano que padecemos sin conciencia de su daño social.