La ética en la política
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La política en México requiere de una dimensión ética para el desarrollo del país, su consolidación democrática y el bienestar de la sociedad.
Esta ética, que parecería una idea utópica ante el peso de la evidencia cotidiana, expresa una necesidad apremiante, que de no atenderse podría profundizar la descomposición que actualmente enfrenta el sistema político mexicano.
Vivimos tiempos de villanos. Una inversión de valores. Un mundo al revés. Por ejemplo, lo importante consiste en ganar una elección muchas veces utilizando recursos económicos, por decirlo de manera amable, poco claros, publicidad engañosa y campañas de guerra sucia en contra del adversario.
Otros ejemplos: servirse de los puestos públicos para favorecer a amigos y socios, como el caso de la empresa Oceanografía, uno de los mayores contratistas de Pemex que actualmente las autoridades y el propio Senado de la República investigan.
En esta inversión de valores, el candidato que hace trampa gana la elección. Triunfa quien viola la ley, no aquel que trata de cumplirla puntualmente. Asciende en la escala burocrática el servidor público que logra ocultar la información políticamente desfavorable, no quien es transparente en sus funciones.
La penetración de la delincuencia organizada en los gobiernos estatales y municipales, que actualmente indagan las procuradurías de los estados y de la República, constituye un ejemplo elocuente de la circunstancia a la que podría llegarse de manera generalizada.
¿Ante esta situación, es posible la ética en la política? ¿Sería imaginable que los protagonistas de la política aceptarán y practicarán un código en el cual pudieran ceder a sus intereses en beneficio de la colectividad?
Como lo escribieron algunas de las plumas más agudas de principios del Siglo XX, la disputa por el poder en México sólo aceptaba un verbo en su vocabulario: madrugar. La cultura y la práctica política necesitan incorporar nuevos valores y comportamientos que ayuden a que la percepción de los políticos y los partidos mejore ante la ciudadanía.
Nuestra cultura debe enriquecerse con aspectos como la tolerancia a la pluralidad, el respeto a los derechos humanos y a las libertades, la transparencia en el ejercicio del servicio público, la rendición de cuentas en la aplicación de los recursos y la vigencia a las normas de competencia democrática.
La corrupción nunca desaparecerá al cien por ciento. Nunca se evitará totalmente la polarización y las descalificaciones en las contiendas electorales. Lo importante será que éstas sean las excepciones y no la regla.
En los primeros 14 años del Siglo XXI, la democracia se consolidó en todo el mundo. En los últimos 25 años, México ha experimentado un enorme cambio al transitar de un sistema extremadamente presidencialista a uno pluralista. Este sistema necesita un nuevo código de ética que le permita consolidar la democracia y perfilar su desarrollo.
En 2014 se cumplen 500 años de la aparición de la primera edición de El Príncipe, de Nicolás Maquiavelo, una de las obras claves del pensamiento renacentista. Los múltiples estudios que conmemoran este aniversario coinciden en distanciarse de las interpretaciones que ubicaban a esta obra como un manual perverso, para hacerse y mantenerse en el poder a costa de todo y pese a todo. Ahora se trata de explicar el texto de Maquiavelo como un libro fundamental para comprender el ejercicio y la administración del poder y de la vida pública.
Soy un partidario de reivindicar la posibilidad de que exista una ética en la política. Se trata de volver a repasar las páginas de El Príncipe con una nueva perspectiva y con la idea de que la política sirve para beneficiar a la sociedad.
Por Miguel Barbosa
(El autor es coordinador parlamentario del PRD en el Senado de la República)