La desobediencia de Ernesto Alcocer
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¿Por qué digo desobediencia cuando menciono al escritor Ernesto Alcocer? La razón es sencilla, su camino ha sido a contrapelo de trayectorias tradicionales.
Publicó una primera y muy buena novela en 1993, Ella se llamaba Lola (Editorial Era), sobre una bailaora de flamenco y su misterioso asesinato en la ciudad de México; un libro de cuentos poderoso llamado Perversidad (Destino) en 2007 y ahora con su primer guión cinematográfico en coautoría con Luis Urquiza, quien dirige Obediencia perfecta, gana el Ariel al mejor guión adaptado. Golpes de talento dispersos en el tiempo, diversos en su riesgo y todos ellos certeros y potentes. Entre el trabajo empresarial y la pintura a la que también se ha dedicado, Ernesto Alcocer ha hecho lo que pocos escritores logran y muchos soñamos.
Es bien sabido que el cuento, a veces más que la novela, es un germen para películas. Tal vez porque en el cuento está la intensidad del clímax y todo se puede crear a su alrededor, el antes, el después. Es un género más sugestivo y provocador y su centro es un suceso: abono para el argumento de un largo. Varios cuentos nos lo recuerdan: Los asesinos de Hemingway en sus dos versiones, Las babas del diablo, de Cortázar, que se volvió Blow up; El Festín de Babette, de Isak Dinesen, que se llevó al cine, Macario basada en el cuento del mismo nombre de B. Traven, sólo por citar algunos.
Lo que no es común es que el autor del cuento sea el guionista de la película. Éste es el caso de Alcocer. Lo que la crítica literaria, o el furor lector (que nunca es mucho en nuestro país) no hizo con el cuento El tercer grado de obediencia, que abre el libro Perversidad, lo hizo la crítica cinematográfica con la transformación de este cuento extraordinario (no sé por qué no está en antologías de cuento mexicano contemporáneo) en el guión de Obediencia perfecta. Basado en los Ejercicios espirituales de San Ignacio de Loyola, donde la obediencia perfecta ocurre cuando se hace todo lo que el otro dice porque tu voluntad le pertenece, Alcocer desarrolla la historia entre el obispo rector del seminario diocesano de Guadalajara, Ángel de la Cruz, y el recién ingresado al seminario, Sacramento Santos (cualquier parecido con la realidad es deliberado). Con exquisita dilación y penetrando en la relación que emerge de los límites de esa obediencia perfecta, Alcocer nos revela un mundo oscuro y complejo que la palabra pederastia no alcanza a explicar. Los lectores y espectadores de la película somos testigos de la manera en que el chico se transforma bajo el poder seductor y los preceptos del padre que habrá de desecharlo cuando llegue el nuevo elegido. La escena en que el padre lava los pies a los de reciente ingreso al seminario, un acto de humildad que aquí deviene en delicada sensualidad, pareciera una pintura renacentista donde el abismo de la perdición traza sus primeros bordes para despedir la inocencia. Luz y oscuridad en un instante.
Si este año celebré que la película Birdman, de González Iñárritu, recibiera tantos premios Oscar y que en su centro palpitara también el cuento de un autor que me emociona âRaymond Carverâ, doblemente festejo que Ernesto Alcocer, quien compartió con sus amigos, con nosotros, lo que le estaba costando hacer un guión, trabajarlo con el director, entender su estructura, extender su cuento que había nacido para ello y no para otra cosa, haya merecido este premio. Al fin y al cabo es una afirmación de la importancia del sustrato literario en el cine de hoy, o la confirmación de que el guión es también un género literario.
Cuando le pregunté a Ernesto cómo estaba, dijo que muy feliz y sorprendido, él no había buscado al cine, su cuento lo llevó a él, que ahora lo envuelve con este reconocimiento.