Kubrick
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El domingo, el natalicio del director de culto Stanley Kubrick coincidió con el último día de su exposición retrospectiva en el Museo de Arte Contemporáneo en Monterrey. Dicha exposición abordaba su formación, filosofía, así como sus influyentes trabajos fílmicos.
Platicando hace tiempo con un prestigiado museógrafo, me explicaba que por un tiempo las exhibiciones intentaron el camino de la interactividad, pero como jamás competirían con las posibilidades del internet, regresaron a ser lo que solían: colecciones de reliquias y recuerdos.
Eso es lo que hizo de la exhibición de Kubrick en MARCO algo único, pues nos acercó los tesoros de la mejor cinematografía del Siglo 20, a saber: el uniforme de drugo de Alex DeLarge (interpretado por Malcolm McDowell) en Naranja Mecánica; la colección de máscaras que vemos en la orgía a la que se cuela un desorientado doctor Harford (Tom Cruise) en Ojos Bien Cerrados; el hacha con que Jack Torrance (Jack Nicholson) amenaza con descuartizar a su familia, o la máquina de escribir en la que teclea su psicótica obra maestra (All work and no play makes Jack a dull boy) en El Resplandor.
La exposición también nos permitió ver de cerca una auténtica estatuilla Oscar de la Academia, la que Kubrick mismo se adjudicó por los avanzados efectos especiales de 2001. Una Odisea del Espacio.
Un alucinante estudio fotográfico de una púber Sue Lyon, protagonista de Lolita y el Salón de Guerra de los EU para Dr. Insólito dieron presencia a sendos filmes.
La exhibición, sin dar largos rodeos biográficos, comienza con la formación como fotógrafo de Kubrick (una exquisita colección de lentes y cámaras). Al instalarse definitivamente en la silla de director, el artista cedió la lente a otros expertos en este campo, pero siempre fue el aspecto plástico del trabajo cinematográfico su afilada herramienta primordial, no tanto para contarnos historias, como para implantarnos ideas (buenas ideas, audaces ideas).
La muestra también nos permite un vistazo a la correspondencia (cartas, memorándums, notas de puño y letra) que el realizador sostuvo en cada proyecto, ya fuera con los estudios, sus actores o los escritores autores del material que en cada ocasión eligió para adaptar a la narrativa visual.
Otro gran acierto fue dimensionarnos el exhaustivo trabajo de investigación que Kubrick realizaba antes de cada filme, para que sus entregas tuvieran, además de fuerza, una incuestionable verosimilitud.
Para el frustrado proyecto biográfico de Napoleón, por ejemplo, el cineasta exigía iluminar los interiores con nada más que velas (como en la época del conquistador), pero técnicamente resultaba imposible. Este capricho (o genialidad) sólo le fue asequible años después hasta que rodó Barry Lyndon. Pero el enorme trabajo preparatorio de Napoleón allí quedó como testimonio de su seriedad como realizador (a diferencia de los maquiladores del oficio).
Otros trabajos inconclusos fueron Aryan Papers (drama del Holocausto que declinó el estudio para dar paso mejor Lista de Schindler) y, a propósito de Spielberg, Inteligencia Artificial, también desarrollado por Kubrick y que finalmente cedió al realizador de E.T.
Una modesta pieza de esta exhibición es el rostro de la computadora H.A.L. 9000, de Una Odisea del Espacio. La cara de esta computadora, si acaso no lo recuerda, es una cajita no más grande que un intercomunicador doméstico, rematada con un brillante botón rojo, a través de la cual la computadora habla al doctor Bowman (aunque parece ser más un recurso para que el espectador tenga una referencia o idea visual de H.A.L. 9000, además de su calculadora voz).
En la que es para muchos la obra cumbre en la carrera de Kubrick (con su excelsa filmografía siempre será discutible) hay además de la trama principal (la búsqueda del origen de la conciencia humana) una historia paralela en la que la inteligencia artificial se rebela contra el hombre y pone en graves, gravísimos aprietos a la misión y la vida misma de los protagonistas.
Claro, ello es sólo ciencia ficción, pero resulta que hace apenas unos días una modesta nota de tecnología nos informó que una nueva generación de robots consiguió pasar con éxito un test de autoconsciencia que hasta antes sólo los seres humanos podían contestar.
¿Significa esto que mañana se rebelara contra nosotros la licuadora y el resto de los electrodomésticos?
Quizás no mañana, pero estamos al parecer muy cerca de despertar una conciencia artificial que sería potencialmente peligrosa para la humanidad. El mismo Stephen Hawking, uno de los cerebros más lúcidos que ha dado nuestra especie, nos aconseja no seguir explorando esa senda, so pena de desencadenar nuestra propia extinción.
Poco menos de medio siglo separan la Odisea del Espacio de Kubrick del despertar de las máquinas que, no obstante aun están modorras, su capacidad de aprendizaje y asimilación es infinitamente superior a la de los humanos. Súmele a eso autonomía y tenemos a un rival muy superior que en un momento dado podría decidir que no quiere (o no le conviene) compartir la Tierra con nosotros. Ello no es ficción, es una real posibilidad y está ocurriendo hoy.
¡Qué ironía! La inteligencia artificial, creada a partir de bits, de unos y ceros, ya acaeció y yo ni siquiera estoy aun del todo convencido de que la inteligencia sea un rasgo característico de nuestra especie.