K Haring
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Es lo que tiene París: sales a caminar sin rumbo y encuentras cosas inesperadas e interesantes en diferentes maneras. Tres ejemplos recientes en primera persona: el Tour de Francia llegando a Champs Élysées, una tribu de patineteros filmando una película, o una exposición de la obra de Keith Haring en el Museo de Arte Moderno de la Ciudad (no confundir con el Centro Georges Pompidou).
La primera vez que recuerdo haber visto "dibujos" de Haring fue en televisión; más dramático aún, en la cadena MTV. Acabo de confirmarlo gracias a YouTube. Debió de ser en la Navidad de 1992.
No cometamos el error de pensar que este hecho documenta que incluso MTV tuvo una época dorada. En realidad habla de la ubicuidad de la obra de Haring, tan apreciada que aparece por igual en camisetas y pósters que en discos, murales callejeros y paredes de museos. Haring es pop en el sentido de popular y en el sentido de art. Tanto, que forma parte de su santísima trinidad, junto con Warhol, su Padre Nuestro, y Lichtenstein, el Espíritu.
Pero al igual que sucede con la de estos, la masificación de su obra la ha banalizado. Así que aquellos que se preguntan para qué diablos sirve un museo en nuestros tiempos, tienen aquí una elocuente muestra.
Al menos cuatro cosas suceden con la exhibición del MAM.
La primera es que al agrupar por temas y dotar de contexto sus obras políticas, permite al espectador darse cuenta de cómo estaba inmerso en el mundo que lo rodeaba y reaccionaba a él, a través de sus recursos.
Usando el lenguaje visual que creó, Haring criticó el capitalismo y la religión, clamó contra el apartheid y el racismo, denunció el consumismo, mostró su aversión a los líderes, y creó conciencia sobre el peligro de las armas nucleares y las drogas, primero, y después sobre la necesidad de hablar del SIDA.
La segunda cosa que sucede es que la parte ayuda a apreciar el todo. Aunque la exhibición se concentra en su obra política, el espectador comienza a comprender el universo de símbolos que Haring usó en toda su obra, a apreciar sus trazos, y a encontrar placer en sus composiciones.
Tercera, el espectador se da cuenta de cómo no sólo reflejó el mundo, sino absorbió las claves de la sociedad donde vivía para potenciar su obra. El colorido de sus dibujos, la rapidez con que creaba, el movimiento que poseen sus figuras, la música que escuchaba, la gente con la que se convivía y su vestimenta están íntimamente ligadas a la energía de Nueva York en los años ochenta.
Cuarta y última cosa, el MAM consigue trasmitir la felicidad y vitalidad con que trabajaba. Durante buena parte de la exhibición el espectador mira las obras mientras escucha la música que Haring amaba escuchar mientras dibujaba; y las fotografías donde aparece haciendo murales lo muestran frecuentemente al aire libre, a veces sin camiseta y quemado por el sol, vestido siempre con tenis de bota, habitualmente rodeado de sus utensilios, y en una memorableocasión con un carrito de supermercado lleno de botes de pintura al lado.
¿Una nota negativa? La curadora terminó por convertirse en una fan más. A sus ojos, todo lo que hizo Haring fue tan perfecto que lo eleva a la categoría de santón. No habla de sus dudas ni remordimientos, prácticamente no muestra ninguna de sus contradicciones -pasa de puntillas sobre la tienda que abrió para vender sus productos-, ni muestra polémicas con otro artistas.
Si lo vemos desde el lado positivo, esto no hace sino impulsar al espectador a buscar más información sobre la vida y la obra de Haring.
Al final, lo que consigue la exhibición es mostrar la diferencia entre pintar "monos" cool y crear una obra artística.
Keith Haring murió a los treinta y dos años de SIDA. El cuadro con que termina la exhibición es uno que dejó sin terminar a propósito; es difícil imaginar una manera más elocuente de mostrar la tristeza que sentía, y el misterio de nuestra existencia.
(Información sobre la exposición en www.mam.paris.fr/en/expositions/keith-haring-0, y sobre la Fundación Haring en www.haring.com).
@luisalfredops / www.librosllamanlibros.com