Honroso nombramiento
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Ciudad Acuña es, hasta donde sé, la única ciudad de México que lleva el nombre de un poeta. Destino aciago ha sido siempre el de ese bardo saltillense, Manuel Acuña: no sólo se quitó la vida en flor de edad por un amor infortunado, sino que ahora muchos lo confunden con pelotero de beisbol cuando ven en el pedestal de sus estatuas la inscripción Al vate Manuel Acuña. La ciudad bautizada con su nombre, sin embargo, ha corrido mejor suerte. Población coahuilense situada en la frontera con el país vecino, es una comunidad laboriosa habitada por mexicanas y mexicanos que sienten profundamente el orgullo de su patria y conservan con entrañable amor sus tradiciones y cultura. La ciudad norteamericana vecina, Del Río, Texas, es un bello lugar cuyos habitantes aman a México, pues en su mayoría son de origen mexicano. Antes las dos comunidades parecían una sola: los acuñenses pasaban a Del Río como Pedro por su casa, y los jóvenes cadetes de la gran base aérea que hay en la ciudad texana iban a Acuña los fines de semana a disfrutar los goces de la vida. Ahora las condiciones son distintas: las rigurosas reglas de seguridad impuestas a la población americana han hecho que las circunstancias cambien. Sin embargo las buenas relaciones entre las dos ciudades no han cambiado, pues las une un vínculo importante: la gran Presa de la Amistad, enorme vaso que recoge las aguas del río que nosotros llamamos Bravo y los vecinos denominan Grande. Ahí, en aquellos tiempos, se dieron un abrazo los presidentes López Mateos y Eisenhower, y desde entonces anualmente se celebra el fasto con un abrazo que en la cortina de la presa se dan los alcaldes de Acuña y Del Río, y con ellos los funcionarios civiles y militares de las dos ciudades. Muy linda ceremonia es ésa, llena de colorido y emoción. Cada año ambas poblaciones designan a un personaje al que dan el título bilingüe de Mister Amistad. Lo escogen por turno âun año un mexicano, el otro un norteamericano-, y el designado (o designada) preside la ceremonia del Abrazo, y luego encabeza el gran Desfile de la Amistad. No me lo van a creer mis cuatro lectores, pero este año me tocó a mí recibir esa designación. Mi honroso nombramiento consta en un diploma firmado por los alcaldes Evaristo Lenin Pérez, de Acuña, y Robert Garza, de Del Río. Desfilé por las calles de Del Río en coche descubierto, al compás de las bandas colegiales, saludando a la multitud que llenaba las aceras de las calles y oyendo las expresiones de cariño de la gente, que me decía entre otras cosas lindas: Te oímos todos los días, y nos alegras. Porque sucede que desde hace muchos años trasmito comentarios en una estación de radio que todo mundo escucha en el norte de Coahuila y sur de Texas: la Rancherita del Aire, de Claudio Bress, y eso ha hecho que se me conozca allá. Luego fui por las calles de Ciudad Acuña en el precioso auto de colección que aportó el licenciado Cuauhtémoc Hernández Tijerina, querido amigo mío y compañero de estudios de Derecho, convertible clásico que él mismo insistió en manejar. Gracias,Temo, por tu amistad de siempre. En Acuña le gente me decía: Te leemos todos los días, y nos haces la mañana. Porque sucede que desde hace muchos años escribo en el periódico Zócalo, el de mayor circulación en la comarca, y eso me ha dado popularidad. No me canso de darle gracias a esta hermosa chamba mía, la de escribidor parlante, que me hace llegar a tanta buena gente, a tanta gente buena. Doy las gracias también a aquellos a quienes debo esos felices instantes que no habré de olvidar: al doctor Anastasio Márquez Barrios y a su esposa Maricela, por su cálida hospitalidad; a don Héctor Tito Palacios, su señora Tere y su hija Terecita (así, con ce), por sus amables gentilezas; a Marcela Herrera y Mari Mota, del Consejo Internacional de México y Estados Unidos, respectivamente; a don Ricardo Santana, cónsul de México en Del Río. Expreso mi agradecimiento,muy especialmente, a la gente de Ciudad Acuña y Del Río que muchas veces me dijo a lo largo de mi recorrido por las dos ciudades: Te queremos, Catón. A nada mejor puede aspirar un ser humano común y corriente como yo: a que la gente lo quiera. Eso justifica cualquier vida FIN.Catón