Holocaustos y remedios para la insubordinación
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Cada día que pasa nuestros gobernantes nos hacen más difícil traducir lo que acontece a nuestro alrededor. Quiero decir que nos enfrentan a la difícil ciencia de la comprensión. Los partidos están, a su vez, aferrados a la práctica del ocultamiento, del disfraz. Todos se han puesto de acuerdo para medrar y en unos cuantos años han adquirido una maestría asombrosa. ¿Qué tiempo hace que en Coahuila se organizaban actos multitudinarios para golpear al enemigo de los pobres, Felipe Calderón, por los gasolinazos?, de que se hablaba de Estado fallido, de que se nombraba asesinos a los miembros del Gabinete. Ahora nos asombra el silencio, la disimulación, la incoherencia, el cinismo abierto no sólo del PRI sino también del PAN, el PRD y el Verde. ¡Aquí no sucede nada!
Cuarenta y tres muchachos perdidos y nadie los encuentra, ni vivos ni muertos. Parece que nuestro país ha superado las fechorías de Hitler, Pol Pot, Stalin, Pinochet. Pero en la búsqueda, en vez de encontrarlos encontraron otros cadáveres, muchos, más que 43, y todos en un radio muy pequeño de un área del estado de Guerrero.
Se ha hablado durante decenios de la shoa judía y se ha partido la realidad para generar un sentimiento unilateral hacia los judíos en un sentido político que beneficia al estado de Israel. Suena siempre inverosímil que se olviden de que en esas masacres execrables de los nazis no recuerden que junto con los judíos murieron novecientos mil gitanos, unos cien mil católicos y luteranos que ocultaron judíos, más de dos mil sacerdotes polacos, etcétera.
A ese sanguinario acontecimiento se le denomina, muy correctamente, holocausto, palabra compuesta por dos términos griegos que significa todo quemado. Tal denominación explica lo que sucedió. Cuando uno visita Auschwitz en cada sala está a punto de lanzar el grito. Hay un aparador con los juguetes de los niños que ahí murieron, muñecas, carritos hechos con un pedazo de madera y anteojos pequeñitos. Otra sala muestra los telares en los que se confeccionaban tapetes con cabello humano (muy creativos). Una con lámparas de piel humana, de libros magníficamente encuadernados con el mismo producto. Otra de puras maletas, casi todas con la dirección del muerto: Atenas, Verona, Buenos Aires, Varsovia, calle tal, número tal, interior tal. Sus dueños nunca regresaron y quizás todos fueron desesperadamente esperados. Antoine de Saint-Exupéry menciona los vagones plomados (color gris) que salían desde París hacia Auschwitz en los que todos sus viajeros eran niños. Él reflexionaba: ¿cuántos Mozart viajan ahí hacia la muerte?
Se preguntará el lector ¿y a qué viene todo este discurso? Nada más a establecer una comparación, no un símil, con nuestro amado México. Sucede que ahora sabemos que ha habido holocaustos por doquier, quiero decir, hablando de traducción o de hermenéutica, que se han quemado cadáveres por miles sin que podamos enterarnos de ello. Si no fuera porque secuestraron a los estudiantes de Ayotzinapa ni siquiera hubiésemos sabido jamás de todos cuantos fueron ejecutados y quemados, algunos vivos. Igual que en Alemania, en Chile, en la China de Mao, en Argentina y Brasil.
¿Hay alguna diferencia? Sí, muchas. En México se trata de delincuencia y allá de política. Pero no podemos, y ahora menos, separar una de la otra en México. Los políticos participaban, de múltiples maneras, de los hechos. Para ellos hubo dinero de por medio y esto hace que el asunto sea siniestro.
Es obvio que entre los miles de quemados hay delincuentes, competencia comercial, opositores (como en el caso de Ayotzinapa), enemigos políticos y desalmados gratuitos. Pero de que se trata de holocausto (quemar todo, no sólo los cuerpos) es incuestionable.
Algunos de los grandes historiadores que cambiaron las formas de concebir la recuperación del pasado (Marc Bloch, Carlo Ginzburg, ambos judíos) plantearon que había que registrar las huellas dejadas por los antepasados para recuperar su historia. ¿Qué hacer cuando ha sido quemada la documentación?, entonces hay que buscar las cenizas y explicar por qué no hay información. En esto estamos.