¡Guácala!
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A mí me gusta mucho el tequila. Ya pueden ofrecerme una copa del más caro coñac: si hay tequila de la marca que me gusta -Sauza Hornitos- quédense con su coñac.
Eso sí: procuro no abusar. Hay que medir las copas con el mismo criterio del busto femenino: una es muy poca; tres son demasiadas. Sucede que fui educado en la tradición católica, que es tradición de culpa. Aprendí entonces a sospechar de todo aquello que me hace sentir bien. Si algo te da placer -nos enseñaron-, lo más probable es que sea pecado, y grave, de los que llevan al infierno. Con tales doctrinas lo único que puedes usar sin reserva es el cilicio.
Todo debe tener su justo medio. No hay nada más desagradable que un hombre que bebe mucho, a excepción de otro que no bebe nada. Yo huyo de los abstemios como de la peste, a menos que se trate de uno de esos maravillosos alcohólicos rehabilitados. Pero si puedes tomarte una copa sin hacerte daño, sin causarlo a los demás y sin alterar el delicado equilibrio del universo, entonces no hay por qué te hagas de la boca chiquita.
¿Pasa usted a creer que hay más de mil quinientas marcas de tequila? Algunas tienen nombre peregrino: Suave Patria; Chivas, Bugs, La Novedad Antigua... Lo que me resisto a aceptar es que haya tequilas con nombres de políticos. Y he aquí que vamos a tener dos, según me enteré ayer.
El primero se llamará Fox. Será la segunda vez que nos emborrache primero y nos tumbe después. Y luego vendrá también la cruda. Yo, por cuestión de principios, no beberé ese tequila. Ahora sí, tráiganme el coñac. O denme un vaso del más horrible chínguere, o del tepache peor. Si no, entonces sírvanme una botella de aquella espantosísima agualoca que hacían en las cantinas de la calle de Venustiano Carranza, cuando todavía no se llamaba Manuel Pérez Treviño. Los cantineros metían en un gran baño lleno de agua un montón de mecates de ixtle; añadían piloncillo en trozos, y dejaban fermentar al sol aquella mezcla infame. Pues bien: la beberé sin asco. También admitiré una toña, vaso lleno de los restos que los borrachos dejaban en las copas o vasos y que el cantinero echaba en una tina para luego vender aquel brebaje, a precio vil, a los borrachos que sólo eso podían pagar, pues ni siquiera podían darse el lujo del teporocho que decía:
-Voy a echarme mi 103.
-¿Bobadilla? -le preguntaba alguno con asombro, porque esa bebida es cara.
-No -precisaba el briagadales-. Alcohol de 96 grados con una Seven.
Cualquiera de esos bebistrajos tomaré, vuelvo a decirlo: tepache rancio, ácido chínguere, agualoca maldita, marrascapache o toña. Pero tequila Fox no tomaré ni siquiera para olvidar al otro.
El segundo tequila con nombre de político se llamará Don Pepe, en memoria, al parecer, de José López Portillo. Como dicen en el Potrero de Ábrego para expresar asombro: ¡haiga cosas! Tampoco ese tequila beberé: temo andar luego por ahí llorando, pidiendo perdón a los campesinos, enamorando furcias o defendiendo cosas como un perro. Dios guarde la hora.
Mucha nobleza guardan el vino y el licor cuando se beben bien. (Y también la cerveza, hay que añadir). No se les ha de mezclar, entonces, con nombres que desdigan de su naturaleza generosa. ¿Tequila Fox? ¿Tequila Don Pepe? ¡Ni madre!