Escocia: la consulta
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Porfirio Muñoz Ledo
El referéndum celebrado anteayer en Escocia sobre su independencia respecto de la Gran Bretaña señala, junto con otros antecedentes cercanos, la pertinencia de someter asuntos fundamentales para las naciones al veredicto de la ciudadanía en su conjunto. No solamente se trata de una vuelta al concepto original de soberanía, sino también, de saltar sobre el torcido laberinto de la democracia representativa, atajar la violencia y atenuar el predominio de los poderes fácticos en decisiones cruciales para los países.
Hoy el Consejo de Europa está constituido por 48 Estados. Muchos de ellos, fruto de secesiones de imperios o de movimientos independentistas. Esto es así porque en el viejo continente se distinguen los Estados de las naciones. Estas últimas poseen identidad histórica, lengua, cultura e intereses comunes y existieron antes de que se formaran los grandes Estados modernos. Representan la continuidad contemporánea de la pluralidad europea que proviene de la edad media y subsiste más allá de las hegemonías.
El proceso escocés sintetiza dos planteamientos teóricos sobre la soberanía: por una parte, la soberanía nacional que reivindica las potestades conferidas a los Estados y su estatuto jurídico-político ante las demás naciones del mundo; por otra, la soberanía popular depositada en los pueblos como un derecho inalienable a decidir su destino. En la doctrina mexicana, entre los principios internacionales, el que tiene mayor jerarquía es justamente la autodeterminación de los pueblos.
Existe el temor de que el camino de Escocia pueda ser seguido por Cataluña y Euskadi en España o por los flamencos en Bélgica, lo que algunos consideran un jaque al actual modelo de globalización y el desmantelamiento gradual de la Unión Europea (UE). Esta versión no es la más precisa. La implosión de Yugoslavia por ejemplo, no produjo tales resultados y las nuevas naciones se acomodaron finalmente dentro de los esquemas y las reglas de la UE. Hay incluso visionarios que sueñan con el arribo de la Europa de las regiones más que la Europa de los Estados como ahora la concebimos.
Lo importante es que se ha optado por la democracia directa para legitimar la unión o sancionar la independencia de una nación. Finalmente, casi todos esos Estados fueron en su tiempo el resultado de prolongadas guerras en las que unas regiones o ciudades se impusieron sobre las otras. La malentendida balcanización no es sino la vuelta al estado político en el que se encontraban muchas naciones antes de ser dominadas.
En algunos casos como Quebec y las islas Feroe ha prevalecido el deseo de seguir perteneciendo a Canadá y Dinamarca respectivamente; en cambio Serbia, Montenegro, Croacia, República Checa y Eslovaquia prefirieron su independencia y la integración directa a las instituciones europeas.
Joseph Stiglitz subraya además las marcadas diferencias en la tasa de crecimiento y la muy desigual distribución de la riqueza en algunas provincias respecto de los Estados nacionales. En el conflicto que se vive, destaca la discusión respecto al desmantelamiento del Estado de bienestar que el Reino Unido ha copiado del modelo norteamericano. Se trata no sólo de la plena autonomía política sino de la posibilidad de encontrar un camino propio para el desarrollo.
Algunas voces afirman que la demanda escocesa responde al fenómeno emergente de la neodescolonización como respuesta a un modelo capitalista agotado que ha supeditado el curso de las economías regionales a los dictados nacionales. Hoy mismo destacados analistas señalan que a pesar de que la independencia no resultó victoriosa en Escocia, significa un paso sustantivo hacia adelante, ya que obliga a la Gran Bretaña a cumplir compromisos políticos y económicos que otorgarían un mayor margen de acción a Escocia. La solución equivalente era haber colocado como opción en el referéndum una tercera opción: la autonomía reforzada, lo que no se logró por la oposición de los ingleses.
Cada una de las naciones que legítimamente aspiran a alcanzar su independencia o a reforzar su autonomía ây esto vale también para los Estados federalesâ deberán imaginar caminos políticos graduales pero efectivos que les permitan ampliar sus derechos o el ejercicio pleno de la soberanía si esa es la voluntad de sus pueblos.
Comisionado para la reforma política del DF