El sistema lo es todo
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El sistema lo es todo. Extraño caso el de Felipe Calderón y su ambiciosa y frívola cónyuge. Parece que Acción Nacional, aunque tomó el poder en 2000 con el candidato ciudadano Vicente Fox, no heredó las dos entelequias que constituyen los fundamentos del PRI: la noción casi sagrada de sistema y la investidura presidencial. Como todos sabemos, el sistema es una cosa impalpable, abstracta y prístina: no se mancha, no se degrada, no envejece. Personajes concretos como Díaz Ordaz y Echeverría pudieron tener una participación en los hechos de sangre de Tlatelolco y el Jueves de Corpus: pero el sistema como tal continuó indemne, inalterado. Se ajusta a las circunstancias, abarcándolas en todos sus grados, sus formas y sus metamorfosis. No necesita actualizarse, porque es eterno. Aunque tiene raíces en el juarismo, puede decirse que es intemporal: ya Moctezuma y Cuauhtémoc sacrificaban en la piedra cíclica y sanguinaria del sistema. Los virreyes novohispanos le rendirían una pleitesía equivalente, dentro del código de valores arábigoâcristiano que trajeron consigo a estas tierras. La Independencia estaba prevista por el sistema, y se efectuó de acuerdo a sus previsiones y sus cálculos. No en balde el PRI y la Virgen de Guadalupe son las creaciones cimeras del mestizaje en México. Es difícil rastrear la genealogía y los avatares de una palabra de apariencia insípida y común, pero tan poderosa que podemos escribirla con minúscula, sin que pierda por ello un ápice de su fuerza uránica y telúrica. Alguno podría decir que fue forjada en los talleres clandestinos de la masonería, de los que pudo salir también la corona de Agustín de Iturbide, el Bonaparte mexicano. Otro puede afirmar que es una raíz supersticiosa, venenosa y mágica a la vez, como el peyote y la mandrágora, que sólo puede cultivarse en los jardines de Chapultepec y de Los Pinos. Otros sostendrán que no es sino un juego de siete letras de imprenta y que debe todo su poder a esa ouija, a esa tabla a un tiempo mágica y laica inventada por Gutenberg, casi tan poderosa como la tabla de los elementos de Mendeleiev, la que por su parte controla el cosmos. Un símbolo más cercano, aunque impalpable también, es la investidura presidencial, tal como el PRI la entiende. No es un cetro ni una corona, no es un bastón de mando, ni siquiera una banda tricolor: es una cosa del todo inconsútil, como el famoso traje del rey desnudo. Sólo algunos iluminados pueden verla, pero la masa toda se prosterna ante su carácter misterioso y sagrado. Quien la tuvo una vez, conserva para siempre su tacto y su perfume: primero morirá antes que profanarla; a su vez, quien se atreva a tocar esa investidura o a quienes la vistieron, fallecerá en el acto. Es esa veste la que ha impedido, por ejemplo, que Luis Echeverría sea juzgado por los hechos de Tlatelolco, a sus 93 años de edad. Carlos Salinas es hoy por hoy más poderoso que el Niño Fidencio por la misma razón, y Agualeguas más inexpugnable que Espinazo. Pues bien, Felipe Calderón nunca tuvo en sus hombros tan alta investidura. Aunque Vicente Fox le entregó la banda de trapo, la banda tricolor en el Campo Marte, el primer minuto del primer día de diciembre de 2006, inmediatamente después de unas reñidísimas elecciones, con la notoria ausencia de los otros dos poderes, el Legislativo y el Judicial, en un acto carente de solemnidad y que tuvo mucho de golpe de Estado âo tal vez por eso mismo, exactamente por eso mismoâ Calderón ejerció una presidencia sin sacralidad y sin misterio, y por lo tanto sin verdadera autoridad. Así pues, el PRI pudo ceder en 2000 la presidencia de la República, pero en realidad jamás entregó el poder. O para decirlo en términos latinos: el imperio no incluye siempre el pontificado.
Alfredo García