El Profesor Jirafales
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Tengo una hermosa colección de primas y de primos. Por parte de padre y madre recibí una primada de primera. Mis primos y mis primas son de la más variada condición: los hay de todas las edades, tamaños y configuraciones. Los hay de todas las ideas, desde las más cuerdas hasta las menos aburridas. Los hay parleros y meditabundos; solemnes y dados al relajo; ricos y pobres -quizá éstos son más ricos-; creyentes y agnósticos; del PRI, del PAN, del PRD. Y los hay también de todos los estados civiles e inciviles: solteros, casados, viudos, divorciados, arrimados, y todos los etcéteras que puedan añadirse en esto de las uniones entre hombre y mujer, más algunas variaciones de interés.
Entre esos primos el que ha llegado más alto en todos los sentidos es Rubén Aguirre Fuentes, a quien seguramente usted conoce como El Profesor Jirafales. Para nosotros sus primos no es Rubén: es Rubencito. Así le decíamos de niños, para distinguirlo de su papá, mi tío Rubén, y así le seguimos diciendo a pesar de su estatura procerosa y de su fama.
Entre las joyas que nos dejó mi padre se encuentra una película que Televisa nos pagaría a precio de oro, quizá a millón por cada uno de los 8 milímetros del film. En ella aparece un Profesor Jirafalitos delicioso, de 10 ó 12 años, que se las arreglaba para salir en todas las escenas y desplegar frente a la cámara un competente repertorio de gestos, dengues, muecas, guiños y visajes de todo orden. En otra película más fiel, la del recuerdo, aparece mi inolvidable tía Yoya, mamá de Rubencito. Rubén debe haber tenido entonces 12 años. Le dijo un día mi tía Yoya a nuestra abuela:
-Mamá Lata: ¿ha visto usted coser a Rubencito?
-¿Sabe coser Rubencito? -se asombró ella-. A ver; voy a traer hilo y aguja.
-No se moleste, mamá Lata. No los necesita.
-¿Cómo es eso?
-Mire.
Y Rubencito empezaba a coser. Enhebraba el hilo en la aguja; le hacía en el extremo el nudo para que no se fuera a salir. Tomaba los aros; entre ellos ponía la costura y luego empezaba a hacer punto de cruz. Y se podía ver cómo se levantaba la costura cuando la estiraba el hilo; y cómo iba y venía la aguja en aquella perfecta labor de costurero. Pero no había costura, ni aros, ni aguja, ni hilo. No había nada. Todo era pura mímica. Con sorprendente habilidad y singular concentración representaba Rubencito con las manos los exactos movimientos de una costurera al hacer su labor. El mismísimo Marcel Marceau habría hablado para felicitarlo por ese prodigioso sketch.
Rubencito era todo imaginación, y todo sentido de aventura. Cuando se hicieron en "El Refugio", hermoso rancho de don Teodoro Sáncez, aquellos profundos túneles para sacar el agua que saciaría la sed de esta ciudad, Rubencito aprovechó un día de campo y nos incitó a sus primos menores a seguirlo hasta el final del más largo de los túneles. Caminamos horas y horas por entre el agua, en la más absoluta oscuridad, hasta que después de un tiempo que a mí se me hizo eterno llegamos al extremo de aquel túnel. Entonces Rubencito nos hizo a todos poner una mano en esa última pared y recitar con devoción un Padre Nuestro. Después regresamos, triunfadores, a los brazos -y después a las manos- de nuestros asustados padres.
Un primo es algo muy especial. Es un poco menos hermano que un hermano, pero es mucho más amigo que un amigo. Comparte con nosotros la sangre y los recuerdos. Le doy gracias a Dios por mis primos. Y esa gratitud se hace más alta cuando agradezco ser primo de Rubén Aguirre Fuentes, el Profesor Jirafales.