El PRD en la encrucijada
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(Jesús Zambrano) Los hechos trágicos de Iguala y de Guerrero han colocado al país y al PRD ante la necesidad de tomar decisiones que trasciendan la coyuntura y atiendan integralmente la crisis actual.
Los reclamos de justicia, sustentados en un rencor social acumulado y acompañado de actos vandálicos y violentos, que parecieran no tener límites, han provocado una especie de pasmo gubernamental para responder y una profunda confusión en una parte significativa de los actores políticos.
El gobierno de Peña Nieto, que aún no termina de esclarecer cuáles fueron los móviles que propiciaron los hechos de Iguala, fue arrinconado en Palacio Nacional al no poder evitar la quema de la puerta del edificio símbolo del poder nacional. Y ahora está envuelto en escándalos de corrupción por la posesión de un inmueble propiedad de la empresa que iba a construir el tren de MéxicoâQuerétaro, lo cual acentúa la fragilidad institucional y revela la precaria estabilidad, situación que se agudiza por las acciones y posicionamientos de quienes apuestan a que el país arda en llamas y entonces puedan gritar que la solución son ellos.
La dirección del PRD, recién electa en un proceso inédito organizado por el INE, ha reconocido su responsabilidad política por haber postulado a un individuo hoy preso, ha pedido perdón y ofrecido disculpas, al mismo tiempo que ha planteado un conjunto de medidas de autoblindaje para evitar la repetición de hechos que nos llenan de vergüenza. E igualmente ha señalado la necesidad de hallar salidas institucionales en las que participen los más diversos sectores del país.
Sin embargo, estas propuestas han quedado opacadas porque algunos sectores y personajes del propio PRD equivocadamente centran su atención en denostar a la dirección nacional, y ahora hasta en exigir la renuncia de todos los dirigentes. En lugar de cerrar filas, levantar la mira con ojos de estadistas, aportar propuestas para atender la emergencia nacional y actuar como dirigentes nacionales, identifican que es el momento de revanchas internas, sin importar que nos fracturemos y debilitemos.
Uno se preguntaría, en esa lógica de renuncias exorcizantes, ¿por qué el ingeniero Cárdenas, Barbosa, Encinas y Padierna no exigen, como otros, la renuncia de Peña Nieto? o ¿por qué Barbosa no pone sobre la mesa su renuncia a la coordinación de los senadores del PRD, y así predicar con el ejemplo? Quizá porque su congruencia no llega a tanto.
Sin embargo, reconozco que estas actitudes y la situación crítica del país han colocado al PRD en una encrucijada: o cede a las presiones que significarían el regreso a un pasado de decisiones unipersonales y de quienes en lugar de ayudar a apagar las llamas afuera toman la antorcha para quemar la casa propia, y que no ven el riesgo de que no haya elecciones en el 2015; o profundiza una línea política de compromiso irrestricto con las vías democráticas y pacíficas, condenando la violencia y fortaleciendo su comportamiento institucional. Este último camino es el que yo comparto.