El hombre que lo tenía todo
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El texto es viejo; de tan perfecto, es eterno. Lo escribió un Premio Nobel, Miguel Ángel Asturias. Es un pequeño cuento que tuve en edición empastada y bellas ilustraciones. Se llama como el título de esta columna, “El hombre que lo tenía todo”. La historia es sencilla: un hombre, un Rey en algún país o principado imaginario, de tan rico, dorado y poderoso, no puede llevarse una golosina a la boca, un manjar, una manzana, porque aquello que apenas toca con sus manos, sí, lo convierte en oro sólido.
Reniega de su poder, de ser tan rico; reniega de tenerlo todo. La metáfora es antigua y poderosa. Pero ello es literatura, bella ficción para nosotros lectores enfermos. Y todo esto viene a cuento porque en días pasados, el mexicano ejemplar, Carlos Slim, alcanzó de nuevo la posición de ser el número uno, el hombre que lo tiene todo, el hombre más rico del universo según la revista “Forbes”.
Lo he contado antes, mi bella e inteligente editora en BIZNEWS en Monterrey –semanario de negocios en inglés y español–, Nancy Ibarra, quien jamás me ha censurado línea, palabra y menos artículo o reportaje alguno, siempre se ha divertido y se ha preguntado de mí, digamos, “fijación” tal vez enfermiza por este mexicano que en tierra de jodidos, es Rey. La periodista regiomontana Nancy Ibarra se divierte y no pocas veces me ha cuestionado mi posición e ideas. Hemos polemizado de ello cuando vamos a comer o cenar y brindamos con un buen vino tinto.
¿Qué tengo en contra del ciudadano ejemplar Carlos Slim? No sé. Yo digo que nada. Puede ser envidia. Es un pecado capital. Soy humano. ¿Lo detesto? No. ¿Me cae mal? Tal vez sí. ¿Se debe entonces mi envidia a mi incapacidad personal de fabricar y atesorar tanto dinero como Slim? No, yo digo que no. ¿Por qué entonces es seguido motivo de mis textos y análisis pedestres? Tal vez por ello: como nunca voy a ser como él, como jamás he querido ser como él y como jamás voy a competir con él, es motivo de ello; de observación y análisis, como todo lo que me rodea.
Entre el 1 y el 11 de julio, la riqueza de Carlos Slim creció de 74.5 mil a 79.6 mil mdd con una ganancia de 5.1 mil millones en 12 días hábiles.
Es decir y en cristiano, ya le ganó a Bill Gates, cuya riqueza calculada por “Forbes” es de 79.1 mil mdd. Cuatro firmas de Slim son los barcos emblemas de sus múltiples negocios. Telcel, Telmex, Inbursa y Sanborns valen 10 mil 221 millones de dólares.
Esquina-bajan
Aunque mi fe en Dios sigue siendo la misma, tengo buen tiempo distanciado de él. Qué pretencioso e ingenuo, pero en fin. A mí no me “habla” como a la alta funcionaria del Gobierno del Estado la cual tiene línea directa con el Gran Maestro; pero, me sigo guiando y sigo leyendo la Biblia diariamente. Lo anterior viene a cuento para contextualizar lo siguiente. Mi vida y por extensión mi escritura, trato de regirla con las doctrinas, criterios y valores emanados de la vida de Jesucristo y en teoría, de la palabra de Dios. ¿Hace lo anterior el millonetas Slim? No lo sé. Pero lo dudo. ¿Qué dice Dios del dinero en la Biblia?
Marcos en su libro, versículo 4:19, dice que el dinero es muy engañoso. Uno de mis favoritos, Eclesiastés, en su versículo 7:12, dice que “El dinero es para protección”. Regresa Eclesiastés 10:19, el dinero “resuelve muchos problemas”. Agrego de mi cosecha, el dinero resuelve la mayoría de las dificultades, incluyendo, claro, la llamada “felicidad”. Si la felicidad son pequeños y efímeros estadios de ánimo y de orgasmos, es necesario el dinero, harto dinero para comprar pequeñas cosas…
Un pequeño yate, un pequeño Ferrari rojo de Maranello; regalar a las musas un pequeño diamante, unos pequeños aretes Winston Jacobs, una pequeña y opípara cena en el restaurante Pujol con la mismísima atención del chef Enrique Olvera en Polanco… en fin, pequeñeces que sin dinero, jamás, jamás podrían darse. No fían.
Letras minúsculas
¿Es por esto y no otra cosa de mi envidia hacia el millonario Slim? La verdad no lo sé…
Jesús R. CedilloUn Rey en algún país o principado imaginario, de tan rico, dorado y poderoso, no puede llevarse una golosina a la boca, porque aquello que apenas toca con sus manos, sí, lo convierte en oro