El Grito. De lejos viene
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Hay en el norte de Coahuila municipios que llevan nombres de grandes héroes de la Patria: Allende, Hidalgo, Morelos...
A cierto Presidente Municipal de Nava, le pareció muy mal que la noche del Grito se gritara:
-¡Viva Allende! ¡Viva Hidalgo! ¡Viva Morelos!...
Y no se gritara:
-¡Viva Nava!
Así, incluyó en el Grito el nombre de su Municipio.
A mí eso no me parece mal. Cada quien debe querer a su solar nativo y enaltecer sus méritos. Yo procuro hacer eso, a fuer de agradecido con mi ciudad y con su gente. Tanto afecto me dan que me hacen sentir profeta en mi tierra, lo cual me llena de asombro y gratitud. Hace unos días fui al Mercado Juárez y me dio mucho gusto ver que en una tienda de artesanías, linda por cierto y bien surtida, venden unas tazas para café en las cuales se lee esta inscripción Yo no quiero irme al Cielo, vivo en Saltillo. Catón. Me agrada que esa frase mía, quizá un poco hiperbólica -no mucho-, se haya popularizado hasta ese punto y se use por todos para hacer el encomio de nuestra ciudad.
La ceremonia del Grito es una bella ceremonia, con entrañable raíz de pueblo. Todo el año lo dedicamos los mexicanos a denigrarnos a nosotros mismos: que si somos flojos; que si somos corruptos; que si no tiene remedio este país... La noche del 15 de septiembre, sin embargo, sentimos un orgullo que deberíamos llevar siempre, el de ser mexicanos, y de nuestro ronco pecho sale un ¡Viva México! clamoroso y unánime.
Gritamos esa noche en loor de los héroes que nos dieron Patria. Sentimos el fervor de los lunes por la mañana en la primaria, cuando decíamos recitaciones escritas por Peza, Amado Nervo o don Gregorio Torres Quintero. En sus poemas los próceres de la Nación adquirían tamaño de semidioses, y se recortaban sus majestuosas siluetas en un jardín azul con margaritas de oro. Tiempos de cambio nos llegaron. Es necesario entonces recordar que México tiene historia, bien o mal contada, pero historia al fin de cuentas, y merecedora siempre de recordación. Eso hay que decirlo a gritos, para que no se olvide. O a Grito, como el de ayer.
Antier, hablando de estas cosas, Javier mi hijo recordó que su mamá y yo los llevábamos a la Plaza de Armas la noche el 15 de septiembre. Cenábamos primero en Las Cazuelas, un restaurante que estaba por la calle de Zaragoza, esquina o casi esquina con Manuel Pérez Treviño. Creo que fue ese restaurante el que trajo a Saltillo un platillo que aquí no conocíamos: el pozole. Se imponía esa noche una cena mexicana, y en Las Cazuelas se servían platillos típicos variados y de muy buena calidad.
Luego íbamos entre la muchedumbre, y comprábamos cosas de artesanías. Se regocijaban los niños con el estruendo y el fulgor de la cohetería; oían emocionados los vítores a nuestros héroes, y sus pequeñas voces se unían en el ¡Viva!a la gran voz del pueblo...
Esa voz es antigua. Debemos escucharla.