El efecto gaviota
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(Enrique Berruga Filloy ) Es un hecho inusitado que la primera dama de cualquier país de la cara ante los medios para exponer su verdad. La señora Angélica Rivera abrió una veta que debe servir como ejemplo para que la clase gobernante practique la transparencia y la rendición de cuentas ante la sociedad. Si lo hizo ella que en el fondo no tenía el deber legal o la obligación política de hacerlo, por qué no exigirlo, sí exigirlo, de aquellos que ocupan puestos públicos y que a todas luces tienen propiedades y un patrimonio que claramente rebasa los ingresos que perciben como funcionarios. De hecho, la propia señora. Rivera debería reclamar que ahora sigan sus pasos tantos y tantos políticos, contratistas, proveedores y líderes sindicales que esconden sus fortunas porque saben que son mal habidas. La primera dama tiene la oportunidad de detonar el efecto Gaviota.
Está claro que la reaparición televisiva de la actriz Angélica Rivera tenía como propósito desactivar un escándalo en ciernes para la propia Presidencia de la República. La coincidencia en el tiempo entre la inédita revocación del contrato de obra para el tren rápido a Querétaro, la revelación pública de la existencia de la casa blanca y que el vecino de esa residencia fuese precisamente uno de los socios del consorcio ferrocarrilero, formó un coctel explosivo que era necesario atajar con una fórmula poco convencional de comunicación.
Habrá quienes queden satisfechos con la explicación ofrecida por la señora Rivera y otros que no. Pero en verdad es más importante el precedente que sienta. A partir de esta aparición pública queda claro que declarar la verdad tiene menos costos políticos que dejar correr las especulaciones.
No puede descartarse que detrás de muchas de las manifestaciones agresivas que hemos presenciado en el país y detrás de la misma revelación de la casa de Las Lomas haya mano negra, intereses que intentan socavar la tranquilidad social, la imagen del Presidente y el curso del gobierno. Pero también es cierto que el fuego no prende sin chispa. Hay razones bien fundadas para la fatiga social y para el descontento. Ya son muchos años de padecer la depredación económica y moral que practican muchos de nuestros gobernantes y burócratas. El costo nacional de esta corrupción desmedida es insostenible. No sólo porque encarece cualquier trabajo de infraestructura o programa de gobierno, sino también porque se ha pasado de inflar artificialmente las obras o utilizar materiales de menor calidad a la extorsión abierta de la ciudadanía. Cualquier empleado de cuarto nivel de una delegación o municipio se da hoy el lujo de amenazar a los ciudadanos con cierres de negocios, cortes del agua o clausurar industrias a cambio de un auténtico derecho de piso. No aplican la ley, la tuercen a su favor.
Una reforma fiscal como la que hoy se aplica sin su contraparte de transparencia y honestidad, es una mezcla explosiva para una sociedad cada día más alerta del comportamiento de sus gobernantes. Pagar más impuestos a sabiendas de que terminarán en los bolsillos de la alta burocracia, es simplemente inaceptable. Si mis impuestos van a generar un beneficio para la comunidad, mayores niveles de seguridad y equidad social, muchos estaríamos dispuestos a que incluso los incrementen. Pero si no cae un solo político ante la justicia, se manda la señal de que el mejor lugar para robar es en los puestos gubernamentales, deja la impresión ofensiva de que todos sin excepción realizaron un trabajo limpio. Cuántos no buscan los puestos de alcaldes o gobernadores con el único fin de enriquecerse. Esto tiene que terminar. De otra suerte, cualquier intento de desestabilización encontrará el fermento necesario para incendiar la pradera. Sacar la pasta de dientes del tubo es muy sencillo: meterla de regreso es prácticamente imposible.
El efecto Gaviota no puede ser un acto aislado de transparencia. Quienes nos gobiernan y quienes aspiran a cargos públicos serán mal vistos y objeto de críticas y especulaciones si no dan la cara cuando menos al nivel que marcó la primera dama.