El Dragón Chino
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Durante muchos años creí que era el secreto mejor guardado de la familia, pero después me di cuenta que nuestra presencia en la arena Monclova, provocaba el efecto contrario: Revelar la identidad del Dragón Chino, luchador rudo y enmascarado quién antes había luchado bajo el nombre de La saeta.
En ese tiempo, la arena de lucha libre se ubicaba en la calle Venustiano Carranza, casi frente a la central de autobuses, y mi abuela, Fidela Flores, nos llevaba a verlo luchar. El problema venía cuando al Dragón Chino le tocaba la peor parte y mi abuela, como cualquier madre, intentaba defenderlo reclamando a los luchadores contrarios con un sonoro déjalo abusón y al referí por las faltas y golpes bajos sin sancionar.
Corría la década de los setentas, Monclova rebasaba apenas los 80 mil habitantes y todos se conocían; por lo que asumo que media ciudad estaba enterada de la verdadera identidad del Dragón Chino, Roberto Durán Flores.
Mi tío Roberto, acompañaba a la lucha libre con su trabajo de agente de tránsito, después policía, chofer y un largo etcétera. Luchó mano a mano junto a sus entrañables amigos Jerry El Puma Estrada y Víctor Góngora Cisneros, Chacho Herodes, luchadores monclovenses que alcanzaron fama mundial.
Yo recuerdo ver junto a mi tío las funciones televisadas de la lucha libre de los Estados Unidos, país a donde había emigrado el Jerry Estrada. Este gran luchador, siempre promovía su terruño, y sabiendo que las funciones se transmitían por televisión, entre llaves, patadas y candados gritaba: Arriba Monclova. El Chacho Herodes, siempre me pareció un gigante y tenía razón; pues luchó 45 años ininterrumpidos hasta que en el 2009 se despidió de los encordados. La última vez que vi al famoso Chacho, me pidió que le saludara mucho a su querido compadre.
Como si fuera ayer, rememoro jugar luchitas intentando desafiar al gran Dragón Chino; pero la osadía de mi tío Manuel, mis primos y amigos como José Luis Dávila Fernández era castigada con llaves chinas, coscorrones y muchas risas.
Enamorado de su familia, de su compañera de vida mi tía Beatriz y de sus hijos, José Guadalupe, nombrado en honor de mi abuelo, de Roberto y Víctor, y de su madre a quien apoyó sin ambigüedades hasta sus últimos días.
Las otras pasiones de mi tío, además de la lucha libre, fueron el béisbol, la comida (el Tragón chino, le decíamos a modo de broma) y el maldito cigarro. Como cualquier ser humano, tuvo aciertos y errores, vivió como quiso y sufrió y gozó como pocos. Como dice la canción: Fue de todo y sin medida.
Pero en 1999, una tragedia lo ensombreció todo. Un dolor infinito llegó a su vida y este sólo podía provenir de la muerte de su hijo Roberto, mi primo. Acostumbrados por la ley de la vida, a que somos los hijos quienes despedimos a los padres, en esa ocasión la ley se rompió. Y es que ningún padre está preparado para esto, pues escapa a la trama de la vida. Por eso, nadie se ha atrevido a dar nombre al hecho de perder a un hijo, y estoy seguro de que no va a existir nunca esa palabra; esa tragedia debe quedarse como algo que no debe ser nombrado. Mi tío Roberto y su familia naufragaron esta tragedia y salieron de ella más unidos.
Hasta siempre Dragón Chino. Luchaste hasta el final y resististe con valentía no sólo los golpes de la lucha libre, que son nada comparados con los golpes bajos que muchas veces te asestó la vida. Abrazados, toda tu familia te recordaremos entristecidos por tu ausencia física. Sé que en otro espacio y en otro tiempo te habrás reunido ya con tu amado hijo y estarás al lado de tus padres, mis abuelos José Guadalupe y Fidela.
Una única foto pudo tener mi abuela de sus hijas e hijos todos juntos, doce en total. Y es que reunirlos significaba todo un desafío logístico, pues no todos vivían en Monclova. La boda de mi tío Gerardo fue la ocasión perfecta para hacerlo. Reunidos, hijos e hijas se tomaron la foto con su madre en un estudio fotográfico del centro de la ciudad; varias decenas de fotos se tomaron, pero al final mi abuela eligió sólo una. Yo tenía apenas 10 años y cuando le pregunté por qué había escogido precisamente esa, contestó: Es que en esta fotografía, tu tío Roberto tiene la misma sonrisa de cuando era niño.
@marcosduranf