Diario de un nihilista
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Campañas negras. La publicidad sanitaria no sólo arruinó la iconografía de los cigarrillos, que representaba un alarde de creatividad industrial. Significa también un ejemplo de campaña negra, que aprobaría con gesto displiscente Joseph Goebbels. Es una campaña brutal, aún más infamante que difamatoria, con imágenes dignas de un campo de concentración, y que sería rechazada de plano en cualquier país africano. Ofende no sólo al consumidor de cigarrillos, sino inclusive a los fumadores pasivos. Sólo en México la soportamos, como toleramos tantas cosas. Como sabemos, el cigarrillo fue escogido como el chivo expiatorio para lavar los crímenes sanitarios de los productos chatarra, para desviar la atención, para seguir ocultándolos, de manera que las compañías nacionales y trasnacionales continuaran cometiéndolos impunemente, sobre todo entre millones de niños y jóvenes. Es por ello que las autoridades de salud pública no han ordenado que se impriman en los paquetes de frituras imágenes denigrantes que se refieran a la obesidad y a la diabetes. Los conservadores químicos, los saborizantes y colorantes artificiales son tan nefastos o más que las sustancias químicas que aparecen en el humo del cigarrillo. Ahora bien, el tabaco es un producto natural, una planta sana y amigable como el café y la mariguana. Nefastas son las habichuelas de Monsanto, que producen plantas que el mítico Juanito no podría escalar, frutas monstruosas del tamaño de una cabaña, flores más allá de cualquier psicodelia. Aún más: las autoridades ambientales revelaron hace dos meses que el humo del escape del automóvil contiene exactamente todos los químicos nocivos que se achacan al cigarrillo, pero en cantidades superlativas. De manera que el fumador pasivo jamás se librará de las toneladas de gas carbónico que produce diariamente su propio automóvil y los millones de automóviles de sus semejantes. Me explico: el automóvil produce en una hora los gases tóxicos que pueden achacarse a 20 cajetillas de cigarrillos. Naturalmente, no existe un fumador que consuma en tan poco tiempo semejante cantidad de cigarrillos. En cambio, existen miles, decenas, centenares de miles de automovilistas que mantienen su vehículo encendido durante una hora en una ciudad de medianas dimensiones, en la que no existe lugar para el fumador pasivo, a quien mejor se le invita a que encienda él mismo su propio automóvil. Ya sabíamos que el coche es la tercera causa de fallecimientos en el país, después del cáncer y la diabetes. Ahora sabemos que es 10 o 100 mil veces más nefasto que el cigarrillo. ¿Tendremos que llenar las carrocerías de imágenes infamantes, de mutilaciones, perforaciones, putrefacciones, purulencias? Todo ello sin contar los millones y millones de pesos que se ejercen diariamente en infraestructura urbana para facilitar el paso triunfal del automóvil a través de ciudades que cada vez le quedan más chicas. Pero continuar con este tema implicaría marcar los trazos de una nueva campaña negra