Diálogos, escenas: El hombre
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Lincoln. Libertad. Con esa idea dejé la sala de cine, luego de ver el filme. La genial interpretación de Daniel Day-Lewis de quien fuera presidente de Estados Unidos en uno de los momentos más trascendentes de esa nación. Hay escenas entrañables, conmovedores momentos que permanecerán para siempre. Sobre la película, la opinión de dos grandes amigos: La primera: "Los diálogos dominan la narrativa". La segunda: "Me quedo con escenas".
Y con ambos, de acuerdo. Atención con los diálogos, me dice José Valdez, estudiante de intercambio, mexicano, en Carolina del Norte. En ellos, en efecto, está el centro del drama. La promoción y aprobación de la Decimotercera enmienda que abolirá la esclavitud. En ellos, la lucha de Lincoln para alcanzarla, su decisión, de enfrentar, hasta con sangre, la aprobación. En esos diálogos, el majestuoso amor hacia una esposa que se nos muestra a ratos muy juiciosa, a ratos desequilibrada.
En ellos, un Lincoln reflexivo que invita a cambiar impresiones a un telegrafista. Cualesquiera de sus conversaciones, ya con su gabinete de trabajo, ya con su mujer, ya con la dama de compañía de esta última, con su hijo, llevan el sello de su personalidad: alegre, bromista, juguetón, decidido, firme, extremadamente sensible. Pero en la conversación con el telegrafista, sencillamente grande. Le pregunta si nacer ha sido un acto de nuestra voluntad. El joven, que será su medio para dar una orden definitiva, una orden que determinará uno de los sucesos más importantes del momento, le contesta que no sabe, pero que seguramente Lincoln sí nació para hacer algo que marcará huella.
El presidente pregunta a otro joven presente, quien es ingeniero. Cuando Lincoln lo escucha, le dice: "Si eres ingeniero, entonces conoces la afirmación de Euclides, que señala que si dos cosas son iguales a una tercera, todas ellas son iguales".
Ahí fundamentaba el presidente su pensamiento de la igualdad entre los hombres. Al final, se decide por cambiar el sentido del telegrama, en una acción definitoria de los acontecimientos posteriores.
Ese diálogo, junto con el de su mujer, cuando ella le echa en cara haber deseado enviarla a un manicomio, a la muerte de su hijo, es otro de los que estrujan. "Hablabas con las sombras y los muebles", le dice, levantando la voz. "Y si yo no quería escucharte es porque no quería reconocer el dolor que yo mismo sentía".
Y entre las escenas que dicen más que los diálogos, con mi otro amigo, Tom Kailbourn: La del hombre atribulado que se encuentra frente a la ventana. La luz ilumina al presidente. Luz de tarde que lo engrandece. Las sombras quedan perfectamente difuminadas a su alrededor, dando la impresión que la luz dimana de su persona. Ese juego de luces y sombras, tan bien logrado técnicamente, y con un excelente actor, describen de una pincelada al idealista Presidente de los Estados Unidos.
El momento de recorrer el campo de batalla, con sus centenares de muertos es otra de las escenas que no requieren de palabras. Tan sólo las que dan el colofón de la revista. Al fin sentado en un porche, se le dice que parece 10 años más viejo que hacía unas horas. "El cansancio me muerde los huesos", contesta. Un rostro que evidencia la desesperación, la tristeza, el dolor, la vida vuelta muerte. Y con José, de nuevo: "Se nota en su expresión el peso del país".
No hay un hilo que se escape a la película. Está tejida de una forma asombrosa. No, quizá, para el espectador acostumbrado a los efectos especiales, las épicas batallas con sus héroes y anti héroes, o imágenes cargadas de figuras y colores.
Concuerdo con Tom: está tan hecha a la época, que la retrata perfectamente: la recreación histórica es fidelísima. Y con el licenciado Armando Guerra: un ritmo fabuloso, espléndido, que nos lleva de la mano por una historia muy bien contada.
Para quien esto escribe, la película me deja con la manera en que se logra hacer el mejor retrato de un hombre bueno, un hombre que tomó una decisión que se diría de imposible consecución en sus objetivos y de eco inesperado. Un hombre que hizo el cambio en la historia de un país y del mundo entero.
Lincoln, libertad.
Florence Cassez
La secuestradora. Así quedará para siempre la imagen de esta mujer que fue recibida con honores de Estado en su natal Francia.
Mientras tanto, la ¿decisión correcta? La indignación es fuerte. Si en México se logran desterrar los vicios de origen en los procesos jurídicos, la resolución en el caso de Florence Cassez habrá servido. Mientras tanto, persiste en la mayoría la idea de injusticia hacia los secuestrados.
"Fue legal, pero injusto", escucho al maestro Javier Villarreal Lozano. Ojalá que de verdad las leyes sean respetadas en lo sucesivo. ¿Será eso posible en nuestro país?