Desafíos pastorales
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No se trata de un asunto de tolerancia. Se trata de respeto. Respeto por la elección que las personas hayan tomado sobre sí mismas.
Si el Papa Francisco se ha distinguido por ofrecer a la comunidad católica la posibilidad de entender y respetar las elecciones sexuales de sus integrantes, sus intenciones se vienen abajo con la reciente resolución del Sínodo por la familia en la que una mayoría de obispos decide seguir dando la espalda a temas fundamentales como la homosexualidad. La jerarquía católica vuelve a negarse a la oportunidad no sólo de modernizarse, más bien de humanizarse, al, de nuevo, negar la comunión a los divorciados y a las personas que se han vuelto a casar, y al considerar fuera de la normalidad la homosexualidad. Al considerar, en fin, a estos grupos de personas con una conmiseración que nadie les pide porque nadie la necesita.
Ya en 2011 la jerarquía de la Iglesia Católica seguramente oía pasos en la azotea acerca de este tema cuando observó que el Consejo de Derechos Humanos de la Organización de las Naciones Unidas adoptó una resolución que estaba destinada a promover la igualdad de los individuos sin distinción de su orientación sexual. La oposición de países árabes y africanos no sirvió de nada. La resolución obtuvo 23 votos a favor, 19 en contra y tres abstenciones. En el debate, el grupo de países africanos, el cual era presidido por Nigeria acusó a Sudáfrica por alinearse con los países occidentales. La respuesta de Jerry Matthews Matjila, representante de Sudáfrica, declaró que nadie debe ser sometido a discriminación o violencia a causa de su orientación sexual, y agregó que la resolución no busca imponer ciertos valores a los países, sino iniciar el diálogo sobre el tema.
Pero si la oposición de países africanos y árabes no funcionó, hallándose en desventaja de número, mucho menos importó para tomar esta resolución la opinión de la jerarquía católica, a la que, en definitiva, le ha faltado caminar con los tiempos y reconocer a plenitud los graves errores de algunos de sus más conspicuos colaboradores.
Si a esta falta de sincronía con la modernidad, se suma la serie de acciones equívocas cuyos protagonistas han sido los propios miembros destacados de esta iglesia, la mezcla era la idónea no sólo para pedir perdón por las enormes fallas âpecados esos síâ, también para tomar una decisión histórica a favor de los que también son miembros de su iglesia y que observan mucho mejor que algunos jerarcas y representantes los mandamientos que esta impone.
La Biblia católica hace referencia a la manera en que sus fieles han de comportarse con el que llaman prójimo. Los mandamientos de la Ley de Dios llevan en sí mismos una carga importante en la relación con los semejantes. Entre las otras numerosas referencias ponemos aquí como ejemplo la que se ofrece en el libro de Hechos cuando Pedro, el apóstol de Jesús, bautiza a un personaje de nombre Cornelio. Al llegar Pedro a Cesarea y visitar al capitán de batallón Cornelio, este sale a su encuentro y se arrodilla ante él. Pedro lo levanta y le dice. Levántate, que también yo soy hombre. Una vez dentro, viendo al grupo de personas reunidas en casa de Cornelio, les expresa: Ustedes saben que a un judío su religión prohíbe juntarse son un extranjero o entrar en su casa; a mí, sin embargo, Dios me ha enseñado a que no se debe considerar manchado o impuro a ningún hombre.
¿Qué más necesitamos para entender el significado de igualdad y respeto que hay en estas líneas? Dios, dice Pedro, no hace diferencia entre las personas, sino que acepta a todo el que lo honra y obra justamente, sea cual sea su raza.
Si de acuerdo al libro que guía el proceder de los católicos, sus formas de acción, sus pensamientos, Dios no hace diferencia, ¿qué o quién otorga a la jerarquía católica hacer diferencia entre las personas?
Ya se sabe que discusiones de política y religión no llegan a parte alguna, cuando éstas se sostienen en el embravecido mar de la incomprensión ajena. Pero llega a resultar desesperante que algunos no vivan con la coherencia que impone la religión que los cobija y en cambio sí hagan, por la influencia que todavía poseen, infelices a millones de personas que aún buscan en la religión su refugio de vida.
Ayotzinapa
El ingente respaldo nacional y mundial que se ha dado en la búsqueda de la verdad sobre la tragedia de Ayotzinapa es una demostración más de la necesidad de que el esclarecimiento de esa verdad venga acompañada de un cambio profundo para México en el cual la transparencia y el respeto por los derechos humanos se conviertan en realidades puras y claras. Vivimos, sin duda, un parteaguas histórico en el que estamos comprometidos todos.