¿De dónde venimos y hacia dónde vamos?
COMPARTIR
TEMAS
Tú sabes, viejo, que el apetito del poder es el resultado de la incapacidad de amar.
Gabriel García Márquez
Los humanos nacemos con una sola certeza: la muerte. Nadie escapa de ella. A todos nos habrá de llegar y no sabemos cuándo. Puede llegar ahora mismo, mañana, pasado mañana o algunos años más tarde, pocos o muchos.
Irónicamente, si existe algo complicado para el ser humano es, precisamente, su relación con esta única certeza. Muchos la evaden no pensando en ella; colman su vida de actividades y sólo la recuerdan cuando se consuma en un prójimo muy cercano. Otros, la asumen como inevitable y se afanan en disfrutar el momento, en lo que llega el inevitable desenlace, acaban así convirtiendo la vida en una fiesta permanente; aunque no consigan silenciar la presencia de la muerte que siempre será más fuerte. Otros viven su vida con prudencia, reflexionan en su inevitable muerte y guardan para sí sus pensamientos. Finalmente, otros creen en alguna de las diversas opciones que nos proponen considerar al ser humano como alguien dotado de un alma que trasciende esta vida y nuestro paso por el mundo.
Cualesquiera que sean nuestras creencias, la verdad y certeza de nuestra inevitable muerte permanece en nosotros y nada ni nadie puede cambiar esa realidad. Esta certidumbre nos conduce, por lo general, a la pregunta tantas veces explorada y debatida: ¿De dónde venimos y hacia dónde vamos? Existen muchas respuestas, religiosas o no religiosas, monoteístas o politeísta. Conforme a la respuesta que cada persona adopte, suele ser la guía de su paso por la vida. Ninguna respuesta suele ser fácil ni cómoda, los dogmas de toda creencia deben convivir con otro hecho inevitable, nuestra libertad personal.
Según datos del Pew Global Forum, centro de reflexión especializado en estudios de opinión con sede en Washington D.C., el 31.5 por ciento de los habitantes del planeta se considera cristiano o seguidor de las enseñanzas de Jesús de Nazaret, el 23.2 por cientio se considera musulmán, el 16.3 por ciento manifiesta no tener filiación alguna, el 15 por ciento es hinduista, el 7.1 por ciento, budista, el 5.9 por ciento pertenecen a alguna religión tradicional o local, el 0.8 por ciento aglutina a otras religiones y 0.2 por ciento es judío.
Entre las religiones politeístas, el hinduismo resulta preponderante; mientras que más del 55 por ciento de los hombres se declara monoteísta, cree que hay un solo Dios, origen y fin de todo lo creado, el alfa y el omega del Universo. Es interesante que el 16.3 por ciento de la población mundial manifiesta no tener afiliación o creencia alguna, esta línea de pensamiento forma el tercer mayor grupo de seguidores en el mundo.
Los cristianos, que confiesan a Jesús de Nazaret como Hijo de Dios, forman el grupo mayor, con un 31.5 por ciento, si bien como sabemos, este porcentaje se subdivide en diversas denominaciones. El 50 por ciento se considera católico y reconoce al Papa como su cabeza en la tierra, el 37 por ciento forma parte de las subdivisiones del Cristianismo reformado y el 12 por ciento restante, de diversas iglesias orientales: ortodoxa rusa, griega, copta, etc.
La inmensa mayoría de los mexicanos nos consideramos cristianos y entre ellos, la gran mayoría militamos en la Iglesia Católica. Recién concluyeron los festejos de Semana Santa, acabamos de celebrar el triunfo de Jesús sobre la muerte: su resurrección. Esta fiesta, en sí misma, representa para los católicos la mayor prueba de que nuestra vida no tiene fin y que existe otra vida después de la muerte. Nuestro paso por este mundo es fugaz, lo sabemos todos; pero los cristianos creemos que, después de la muerte, existe una vida eterna, y que Jesús debe ser nuestro modelo de vida. Para nosotros el cielo sí existe.
Es frecuente que en este mundo tan ajetreado y consumista, cada vez se haga más difícil contar con el espacio de reflexión que todos deberíamos tener. Reflexionar en esta verdad absoluta que nada ni nadie puede negar. Creo que si diéramos más tiempo a esta reflexión, el mundo sería mucho mejor. En todo caso me parece claro que la mejor forma de combinar nuestro diario trajín con la realidad de la muerte y con la trascendencia en la que muchos creemos, radica en el amor, tan sencillo o tan complicado como lo queramos ver. Cosa de ponerlo en práctica. Sea cual sea nuestra actitud, la verdad seguirá ahí y la pregunta tampoco cambiará: ¿De dónde venimos y hacia dónde vamos?
Para los políticos, tan afanados en la acumulación de poder y riquezas, la frase de Gabriel García Márquez es, debiera ser, una gran verdad: el apetito del poder es el resultado de la incapacidad de amar.
Facebook: Chuy Ramirez
Twitter: @wchuyramirezr