Decir bien o no decir
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En Colima se dice que algo es bueno bueno bueno cuando es lo que los muchachos de ahora llaman equis, es decir, ni fu ni fa. La misma expresión se usa para aludir a una persona sin personalidad.
-¿Cómo es fulano?
-Pues... te diré... Es... bueno... bueno... bueno...
Tal regionalismo deriva del sermón que pronunció en cierta ocasión un padrecito. Estaba casando a una pareja. La muchacha era muy conocida, hija de una familia de buena sociedad, con prosapia y -lo más importante-con dinero. Ya se sabe que el don sin el din no vale nada. El novio, en cambio, era un muchacho desconocido, de familia de clase media que no figuraba nunca en las páginas sociales de los periódicos. Gente de buenas costumbres, pero hasta ahí, sin roce y sin posibles. El amor, sin embargo, no suele considerar tales sin embargos, y un poco en contra de la voluntad de sus papás, pero al final con su aquiescencia, la chica se casó con el muchacho.
Aquel sacerdote, amigo de la casa de la novia, fue invitado a oficiar la misa de bodas. Llegado el momento del fervorín -así se decía antes- el padre encomió los méritos de la desposada, a quien -dijo- conocía desde niña. Dirigiéndose a ella le dijo:
-Tú, Fulanita, eres una flor, una paloma, una esplendente joya. Eres un cielo azul, una mañana de sol, un oasis en medio del desierto, un vergel florecido. Te adornan innúmeras virtudes: eres buena, virtuosa, modesta, inteligente, laboriosa, alegre, sencilla, recatada, prudente, generosa, humilde, pura, honesta, bondadosa...
Se volvió luego hacia el novio, a quien veía por primera vez.
-Y tú, Fulano -le dijo-, eres... bueno... bueno... bueno...
No encontró ya más qué decir y continuó el sermón por otro lado.
Ahí nació la frase que los asistentes a aquella memorable misa se encargaron de propalar, y que la gente repitió con regocijo. Cuando no se sabía qué decir acerca de alguien, se decía:
-Es... bueno... bueno... bueno...
O sea, no hay nada qué decir acerca de él.
Mi tía Conchita, única hermana de mi padre, no era buena buena buena. Era buena. Sencillamente buena. Quiero decir que de ella se podía decir todo lo bueno que de una buena mujer puede decirse. Cumplía a conciencia todas las obras de misericordia, espirituales y materiales, que el buen Padre Ripalda enunció en su olvidado Catecismo. Su cualidad suprema, sin embargo, era la caridad con el prójimo. Nunca la oí murmurar de alguien; de nadie nunca la escuché hablar mal. Nos aconsejaba: Si no pueden decir algo bueno de una persona, mejor no digan nada. Eso nos hacía mantenernos en absoluto silencio acerca de bastante gente.
Desde luego hacer tal cosa es cristianísimo, pero mata la conversación. Al salir de la misa una señora le preguntó a su esposo:
-¿Viste a Fulanita, qué ridículamente iba vestida?
-No la vi -confiesa el señor.
-¿Y viste a don Fulano, con esa vieja 30 años menor que él, con la que se casó después de quedar viudo?
-Tampoco lo vi.
-¿Y te fijaste en la hija de los Mengánez, coqueteándole descaradamente en plena iglesia al hijo de don Zutano, porque es rico y tiene carro?
-No, no me fijé.
Estalla la señora y dice con enojo a su marido:
-Bueno ¡¿entonces a qué chingaos vienes a misa?!