Cuentos de Navidad
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El actor que hacía la parte de Luzbel en aquella pastorela recitaba los iniciales versos con magnílocuo acento:
 "¡Mando el sol! ¡Mando la luna! ¡Mando este cielo estrellado!".
Nunca faltaba alguien que lo interrumpiera con el mismo grito sonoroso:
-¡Lo que debías mandar es el diario a tu casa, cabrón!
Toda la concurrencia rompía en carcajadas, y el demonio quedaba corrido y enojado, como deben quedar los diablos verdaderos cuando los hombres -y las mujeres- hacen burla de ellos.
En una de sus más bellas narraciones don José García Rodríguez recuerda la ocasión en que el director de una pastorela ideó que el arcángel San Miguel descendiera de lo alto de los cielos a combatir contra el espíritu maligno. Para eso hizo poner una carrucha en la más alta rama de un copudo nogal, y amarró de una cuerda al actor que iba a representar el papel del celeste gladiador. Llegado el momento descendería el personaje merced a un ingenioso mecanismo que lo haría bajar suavemente hasta llegar a tierra. Pero falló el artilugio malhadado y San Miguel se precipitó al suelo con la velocidad del rayo. Mientras caía gritó un "¡Hijo de la chingada!" bastante impropio para ser dicho por arcángel.
Una de las muchas buenas cosas que se hicieron durante el sexenio de don Oscar Flores Tapia fue revivir las tradiciones navideñas en Saltillo. Esa noble tarea fue iniciada por doña Isabel Amalia Dávila de Flores Tapia, primera dama del Estado, y la eficiente organización estuvo a cargo del profesor Jesús Alfonso Arreola Pérez, director de Educación Pública en el Estado. Se ofrecieron premios de mucha consideración a quienes pusieran en su casa los más hermosos nacimientos. Yo fui parte del jurado calificador de ese concurso, y todavía recuerdo los prodigios de creación que vimos tanto en las magníficas residencias de los potentados como en las modestas viviendas de la gente pobre. Vale decir, lo mismo en las torres de un castillo que en humilde vecindad.
También hubo concurso de pastorelas, en diciembre de 1977. Se presentaron doce grupos, principalmente formados por campesinos y habitantes de los barrios, y resultó ganador el del ejido Palma Gorda, por la fidelidad guardada a las tradiciones y por la calidad de su trabajo. Recuerdo que ese grupo traía consigo un rarísimo instrumento que nunca había yo visto y que jamás he vuelto a ver. Era una caja sonora provista de un grueso cordel embreado que al pasar por un agujero hecho en la caja producía un ronco bramido que se podía escuchar a varias cuadras de distancia. Ese terrorífico instrumento se hacía sonar cuando Luzbel entraba a escena con su cohorte de diablos, y ponía espantos en la chiquillería que asistía a la representación.
Otro grande cultivador de pastorelas fue Sergio Recio Flores, inolvidable amigo. Sólo por conservar la tradición patrocinaba cada diciembre una de ellas. La escenificación tenía lugar en el patio de su Instituto Internacional de Cultura, por la calle de Hidalgo. Duraba la representación toda la noche, y quienes asistíamos a ella acompañábamos la vigilia con asiduos tragos de un mezcal curado por Sergio, sapiente curador.
Cambian los tiempos, y las cosas cambian. Pero no debe cambiar el amor por nuestras cosas. Las tradiciones son también criaturas en vías de extinción. Ahora que la ecología está tan de moda debería haber también una especie de ecología espiritual que nos moviera a conservar cosas de antes que pueden llegar a ser cosas de ya nunca jamás.