Comunicación y libertad
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La muerte de Jacobo Zabludovsky trajo consigo una cauda de artículos, discursos, entrevistas, declaraciones y mensajes cortos que dan cuenta de la importancia que tuvo como comunicador y forjador de opinión pública. La jerarquía de su largo caminar por las redes de comunicación muestra una vocación y un dominio excepcional. Transitó por la prensa, la radio y la televisión como nadie lo ha hecho. Nada más por eso vale la pena tomarlo como pretexto para reflexionar sobre la comunicación, la opinión y la libertad. Sus últimos artículos en que empezó a hablar de sí mismo, de sus padres, su hogar, el barrio y las escuelas en que estudió fueron muy bellos. Hablaba el idish en casa pero nunca aprendió a leerlo aunque sus padres tenían libros en esa lengua (lengua que surgió hacia los siglos 8 y 9 en la Europa oriental en los barrios de los judíos de Polonia y la antigua Germania). Sus progenitores aunque muy pobres eran asiduos lectores de idish, polaco, ruso y español. Esa influencia fue determinante para él. Además nunca rechazó su propio pasado: el barrio pobre, la escuela pública, sus tanteos en la prensa. Tuvo, si se quiere, una vida excepcional y su influencia en México está fuera de toda duda.
No olvido el día en que llegué a visitar a un amigo y me dijo: pásale rápido: acaban de herir a Colosio. Nos plantamos sin casi hablar durante una hora y media. Zabludovsky dominaba la noticia y todo espacio de información e interpretación. Se comunicaba continuamente con Talina Fernández a Tijuana; ésta le decía que el obispo había entrado a la sala de operaciones a darle los santos óleos. Jacobo la presionaba: entra a ver si puedes entrevistarlo etcétera. Talina, de la forma más cínica, emergió (de algún lugar equis) para declarar que había salido muy bien de la operación del estómago pero que ahora se le intervendría de la cabeza. Otro etcétera. Así nos tuvo Jacobo hasta que nos dimos cuenta que estaba entreteniendo al auditorio de la manera más impúdica mientras que Gobernación o Salinas de Gortari le decían lo que debería informar... hasta que se le vino abajo el engaño: el médico declaró que Colosio había muerto. Más que el amor por la verdad mostró Zabludovsky su subordinación al poder. Y ese es sólo uno de los múltiples ejemplos de su manera de informar, que le duró cincuenta larguísimos años.
Hay una frase atribuida a Aristóteles que dice: soy amigo de Platón, pero más amigo de la verdad. Y no son pocos los que han muerto por decir la verdad o, si se quiere, una verdad que molesta, que hiere a quien tiene el poder. La libertad de expresión conlleva a que algunos ejerzan esa libertad para ocultar la verdad. No aguanto las ganas de recordar que en griego la palabra verdad significa sin ocultamiento. Y Jacobo ocultó muchas cosas de acuerdo al poder político, económico y mediático. Para Televisa, Azteca y otras más no hay libertad sino intereses, alianzas, amenazas, negocios. La libertad, la verdad son palabras.
En un artículo que publiqué en VANGUARDIA ya hace tiempo mencionaba que Zabludovsky se había hecho de izquierda en su vejez. Sus artículos fueron muy duros hacia el Presidente Calderón y algo también dijo sobre Peña Nieto que dolió en Los Pinos. Seguía siendo un buen escritor con gran capacidad de análisis. De alguna manera intentó rescatarse ante la historia y ante sus lectores. Tenemos enfrente a dos personajes que son uno y el mismo. Me pregunto si podríamos negarle el derecho a la conversión. Una sola cosa me dice que reconquistó el respeto. Confesó sus pecados y lo hizo de manera pública. Ante la Cámara de Diputados y más de mil asistentes declaró: Esta mañana no vengo a otra cosa más que a pedir perdón. Quiero pedir perdón a todos los que ofendí o lastimé o desacredité durante mi larga carrera periodística. Perdón por haberme sometido a las exigencias de la empresa en la que trabajaba, del gobierno al que servía, de los políticos a los que me rendí. Perdón por torcer la realidad. Perdón por no haber contribuido en aquellos desafortunados años a la libertad de expresión que ahora pretendo ejercer con profundo arrepentimiento. A eso he venido esta mañana: a pedir perdón.