Citius, altius, fortius
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TEMAS
El título de esta columna lo tomé prestado del lema de los Juegos Olímpicos, que significa “más rápido, más alto, más fuerte” y fue Pierre de Coubertin, padre de las Olimpiadas modernas, quien lo pronunció en el año 1896 en Atenas cuando dieron inicio estas competencias. Lema creado por el dominico francés Henri Didon para sintetizar la vocación que todo atleta debe tener: esforzarse por la excelencia personal en todo lo que emprende.
El lema coincide con la visión pedagógica del propio Coubertin que tiene que ver con la búsqueda de la superación y la excelencia personal: “La vida es simple porque la lucha es simple. El buen luchador retrocede, pero no abandona. Se doblega, pero no renuncia. Si lo imposible se levanta ante él, se desvía y va más lejos. Si le falta el aliento, descansa y espera. Si es puesto fuera de combate, anima a sus hermanos con la palabra y su presencia. Y hasta cuando todo parece derrumbarse ante él, la desesperación nunca le afectará”.
Tocando el cielo
Ciertamente, el ser humano busca no solamente lo más rápido, lo más alto o lo más fuerte, también lo más profundo, lo más lejano, lo más apasionante y prueba de ello es cuando de mirar al cielo se trata, cuando se empeña construir edificaciones hacia alturas impensables, quizás como intentando tocar la mano de Dios. En este ámbito, desde hace siglos, arquitectos e ingenieros protagonizan una clara guerra por conquistar las alturas, pero ahora más que nunca esta carrera implica desafíos que llaman a la creatividad, innovación y total ingenio del ser humano.
China de nuevo sorprende al mundo al querer tomar la delantera para ganarle al afamado Burj Khalifa de Dubái, que fue concluido en 2010 y cuenta con 830 metros de altura, y antes que se termine de construir en Jeddah, Arabia Saudíta, la Kingdom Tower, que inicialmente se planeó para tener una altura de mil 600 metros, pero por razones técnicas solo tendrá un kilómetro.
Los chinos intentarán terminar para 2017 dos edificaciones Feng y Huang, que representan a un pájaro mitológico chino que reina sobre las demás aves (los machos llamados feng y las hembras denominadas huang).
Las Torres Fénix, de mil metros de altura, forman parte de un megaproyecto que se denominará “Super City”, en Wuhan, una ciudad reconocida por su infraestructura en comunicaciones y que se encuentra a orillas del río Yangtsé y es la capital de la provincia de Hubei.
Con esto quedaron atrás las torres “Petronas”, de Kuala Lumpur que con sus 451 metros de altura, en 1998, dejaron sin aliento al mundo entero.
Más humano
Ante todas estas maravillas producto del espíritu humano, creo prudente hablar de un tema que se escapa cuando de competir se trata, me refiero a la necesidad de humanizar todo aquello que emprendemos, viéndonos como personas, percibiéndonos como lo que somos y que a todos nos iguala: seres humanos, de esta manera sería conveniente redescubrirnos como niños para que el mundo siempre cuente con eso que eso que Hölderlin cantó: “Que así, el hombre mantenga lo que de niño prometió”, porque en el corazón de la inocencia viven las ilusiones y el fuego del mismísimo deseo de llegar a alcanzar la plenitud humana, que implica el reconocimiento del otro en uno mismo y la imperiosa necesidad de llegar a conquistarnos, a ser lo que ya somos y esto gracias también al encuentro con el hermano, con el otro, con nuestros iguales con quienes no deberíamos de competir como si fuéramos lobos, como si fuéramos desconocidos. Enemigos.
El hombre más humilde
Con esto llega a mi memoria Antoine de Saint-Exupéry, autor de “El Principito” y de “Tierra de hombres”, en este último donde narra su propia vivencia de cuando se vio en la necesidad de hacer un aterrizaje forzoso en el desierto para quedar él y su mecánico perdidos y sin agua para beber. Entonces, cuando la locura estuvo a punto de abordar sus mentes, un beduino, un nómada, fijo su mirada en ellos, y así “el hombre más humilde del desierto, un beduino, los encuentra y les ofrece su don más preciado: parte de la reserva de agua que necesitaba para el largo viaje”.
Entonces, narra el propio Saint Exupéry: “¡Ah! Habíamos perdido la pista de la especie humana, nos habíamos alejado de la tribu, nos encontrábamos solos en el mundo, por una migración universal, y he aquí que descubrimos, impresos en la arena, los pies milagrosos del hombre”.
“El nómada avanzó sobre la arena, nos dice, como un dios sobre el mar. El árabe nos ha mirado, simplemente. Nos ha empujado con las manos en nuestros hombros, y hemos obedecido. Nos hemos tendido. No hay aquí ni razas, ni lenguas, ni divisiones. Hay ese nómada pobre que ha posado sobre nuestros hombros manos de arcángel.
“En cuanto a ti que nos salvas, beduino de Libia, te borrarás, sin embargo para siempre de mi memoria. No me acordaré nunca de tu rostro. Tú eres el hombre y te me aparecerás con la cara de todos los hombres a la vez. Nunca fijaste la mirada para examinamos y nos has reconocido.
Eres el hermano bien amado. Y, a mi vez, yo te reconoceré en todos los hombres. Te me aparecerás bañado de nobleza y de benevolencia, gran Señor que tienes el poder de dar de beber. Todos mis amigos, todos mis enemigos en ti marchan hacia mí, y no tengo ya un solo enemigo en el mundo”.
Y esto implica amor
También Antoine de Saint-Exupéry cuando en su obra “El Principito” narra:
“El principito fue a ver nuevamente a las rosas: -No son en absoluto parecidas a mi rosa; no son nada aún -les dijo-. Nadie las ha domesticado y no han domesticado a nadie. Son como mi zorro. No era más que un zorro semejante a cien mil otros. Pero yo lo hice mi amigo y ahora es único en el mundo. Y las rosas se sintieron bastante molestas. - Son bellas, pero están vacías -les dijo aún-.
El secreto
“He aquí mi secreto. Es muy simple: no se ve bien sino con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos. -Lo esencial es invisible a los ojos -repitió el principito, a fin de acordarse. - El tiempo que perdiste por tu rosa es lo que hace a tu rosa tan importante -dijo el zorro.
- El tiempo que perdí por mi rosa - dijo el Principito, a fin de acordarse. - Los hombres han olvidado esta verdad -dijo el zorro-. Pero tú no debes olvidarla. Eres responsable para siempre de lo que has domesticado. Eres responsable de tu rosa. - Soy responsable de mi rosa -repitió el Principito, a fin de acordarse”.
La competencia termina y nuestros ámbitos se humanizan cuando descubrimos al amor, lo que implica dedicarnos con generosidad y paciencia al objeto amado y a eso que podemos realizar con nuestra mente y manos, aquello que implica cuidado paciencia y dedicación.
Sin competir, sin fracasar
Si comprendiéramos al beduino y aprendiéramos del principito nos daríamos cuenta que muchas causas de los fracasos se derivan por la ausencia de amor y consideración hacia los de nuestra especie, a que estamos en ocasiones distraídos de nuestro propio llamado, de nuestra propia vocación, a que nos hemos acostumbrado a competir destruyendo al prójimo.
Por ello no solo distingue a nuestro espíritu la búsqueda de lo “más rápido, más alto, más fuerte”, sino también “lo más lento, lo más profundo, lo más suave y venerable” y eso no se encuentra a un kilómetro de altura, sino en los encuentros, sino en el fondo de nuestros corazones y el amor que los colma. Quien lo ha vivido lo sabe.
cgutierrez@itesm.mx
Programa Emprendedor
Tec de Monterrey
Campus Saltillo