Cien años no es nada
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Cien años no es nada. El PRI es la mejor herramienta de gobernabilidad que hemos construido los mexicanos desde tiempos de la Independencia. A ese partido le debemos 90 años de estabilidad, 30 de crecimiento económico y el plan más reciente y en marcha para modernizar la macroeconomía. Por hacer un paralelismo: si entre 1810 y 1900 nos hubiese gobernado un partido como éste, México se habría ahorrado 60 años de guerra civil, la pérdida de la mitad del territorio nacional y dos Imperios. Un amigo argentino contaba que su padre le había dicho: El tango lo empieza a apreciar después de los cuarenta años de edad. Algo parecido ocurre con el PRI entre nosotros, sobre todo después del Duodecenio del caos que significó el PAN en Los Pinos. El tricolor ha sabido institucionalizar, y ese es uno de sus más grandes méritos, el cambio generacional, que garantiza la gobernabilidad en cualquier sociedad humana. Recordemos que la Independencia fue en buena parte el resultado de las diferencias de visión económica y política, entre los viejos peninsulares leales a España y los jóvenes criollos que querían construir un país semejante a Estados Unidos. Algo similar ocurrió durante el Porfiriato, cuando los viejos Científicos no supieron cumplir el papel que tan bien desempeñaron, en la década de 1990, Carlos Salinas de Gortari y sus jóvenes neoliberales. Sólo en México se ha visto, y este es uno de los espectáculos más sorprendentes de la historia universal, a decenas de millones de viejos militantes del PRI apoyando, sin comprenderlas en absoluto, las medidas económicas dictadas por una camada de egresados de Harvard. Millones y millones de militantes que con una lealtad espartana y una disciplina alemana acudían, cada vez que había una votación municipal, estatal o federal, a hacer triunfar las siglas de su partido, después de desayunar un escueto platón de menudo y un lonche de barbacoa. Entre 1988 y 2012, durante la llamada Era de la Transición, no le retiraron su apoyo, aún después de la derrota sufrida por Roberto Madrazo a manos de López Obrador. (Respecto al 2000, cada día crece más la sospecha de que la cúpula priísta decidió entregarle, en una suerte de mega experimento sociopolítico, el poder al candidato ciudadano Vicente Fox, no tanto a Acción Nacional, un partido que desde la década de 1950 y hasta la actualidad, nunca ha pasado de los 200 mil militantes). De esta manera, el PRI ha podido darse el lujo de actuar como el partido más moderno del país y así mismo como el único que tiene auténtico arraigo social para emprender transformaciones de gran envergadura en nuestra vida económica y política. Tres o cuatro generaciones âgenerales, abogados, tecnócratas, líderes urbanos del siglo XXI- se han sucedido en las cúpulas y en las bases del partido. No sé exactamente cuál sea la argamasa -¿varillas de acero, bultos de cemento?- que mantiene unida a esta estructura institucional que se renueva, no sin fricciones ni rozamientos, desde hace casi un siglo. Pero el hecho de que esté a punto de cumplirlo es otro argumento que abona en favor suyo: empieza a inspirar una confianza similar a la que despiertan el Partido Republicano y el Demócrata de Estados Unidos, que tienen casi dos siglos de antigüedad, o el Partido Conservador y el Liberal de Inglaterra, que suman más de tres siglos.