Chile es puro convencimiento
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Chile ha sido un digno campeón de la Copa América. Si los penaltis no lo subían a lo más alto del podio, igual se le iba a reconocer su mérito deportivo. El premio a su evolución no estaba sujeto sólo a esta consagración.
La selección chilena hoy es la mejor muestra del futbol-convencimiento. Traía varios años con ganas de trascender y despojarse de ese pesado lastre de equipo de segunda línea. Lo demostró en la Final: no le pesó ni la localía, ni la presión ni su nula tradición de sacar adelante instancias decisivas.
La Roja llevaba casi un siglo mirando de reojo a los mejores de la región desde su condición de sparring. Alguna vez tenía que decidirse a armarse de valor para desafiar y perderle el respeto a los poderosos. Ha sido cuestión de paciencia, perseverancia y de un factor determinante: la mentalidad.
El primer título de Chile en el plano internacional ha coincidido con el mejor momento de un proceso y de una generación de futbolistas, quizás única en su tipo en la historia futbolística del país. Por edad, nivel, equilibrio, calidad y cantidad, los quilates individuales del plantel de Sampaoli han hecho figura al equipo.
Chile ha entendido que ésta era su gran oportunidad y se la creyó. Su logro no ha sido obra de la casualidad ni tampoco de una pizca de fortuna, sino que ha sido, en todo caso, el resultado que externó la madurez de su nueva identidad.
Desde la semilla que sembró Bielsa hasta la cosecha de Sampaoli, el seleccionado andino trazó una línea ascendente donde se presagiaba que su repunte no iba a tardar en supurar entre los mandones sudamericanos. Una combinación de ambición, personalidad y valentía ha sido la fórmula elegida para romper paradigmas y mostrar un músculo competitivo a la altura de una Final.
Chile tuvo la capacidad colectiva para desconectar los peligrosos circuitos argentinos y potenciar los propios. Lo supo lograr con base a un esfuerzo físico descomunal, a un despliegue de corte europeo y a fortísimas convicciones de saber lo que se estaba jugando. Impuso ritmo, pero también talento e inteligencia. Le puso futbol al corazón y compromiso a una idea.
Una idea utilizada como principio y fin detrás de una causa: rebelarse a su historia. Sampaoli lleva tres años de trabajo y se nota. Su filosofía es hija del bielsismo: presión alta, posesión, mucho toque y exagerado sacrificio. También es un fanático de las estadísticas, de perfil bajo, de vida austera, de discursos monocordes y obsesivo como su maestro. Su pasión por el futbol le ha costado hasta el divorcio.
Pero su empeño no ha sido en vano. Amalgamar un proceso no se consigue sólo en las fechas FIFA. Se inculca y se pone en práctica en proyectos a largo plazo bien planificados. Se corrige y se insiste. Se habla con los ejecutores y se le convence que para triunfar no necesariamente tiene que ser distinto, sino fiel a un solo bloque de atributos compartidos. Y Chile hoy es eso, capaz de ponerle cara de malo a cualquiera con su cooperación colectiva.
Argentina ha sido testigo de esta transformación chilena. Quizás con más calidad individual, fue menos equipo. El cuadro de Martino tiene a una generación de futbolistas exitosos en todo el mundo, pero vírgenes de títulos a nivel selección.
Toda una contradicción que puede entenderse por las lagunas que ofrece en su futbol-asociación a mayor exigencia. Cuando Messi mira el piso es siempre un mal augurio. Un síntoma de frustración que anticipa el resultado. Un gesto que se patentó en Río de Janeiro y se repitió en Santiago.
Mario Sánchez