Cambios y reemplazos
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Hace apenas unos días tuvo lugar una reunión multitudinaria en Durango en la que se exaltó el trabajo, rendimiento y eficiencia de Enrique Martínez y Martínez.
Se dijo, nada menos que Sagarpa había logrado superar los avances económicos en el campo que los otros sectores no consiguieron. Hace poco se ensalzó a Rosario Robles de manera parecida porque acabó con el hambre y pudo remontar el porcentaje de extrema pobreza de mexicanos que habían estado sumidos en ella. No hace ni dos semanas se aplaudía al secretario José Antonio Meade por sus finas y claras respuestas a las ofensas de Donald Trump y por la forma en que conducía la Secretaría de Relaciones Exteriores. Y, de golpe y porrazo, apareció el Presidente diciendo que México requería cambios. Tales cambios fueron de Gabinete; falta ver si se pretende cambiar en algo, porque, ¿por qué reemplazar a los que estaban funcionando como era debido?
No mencioné a Emilio Chuayffet porque desde que le anunciaron que no seguiría se enfermó y evitó estar presente el día que se efectuó públicamente su propio reemplazo. Chuayffet, había sido, sin duda el funcionario más golpeado por la administración peñanietista y fue objeto de algunas humillaciones gratuitas que no merecía (lo señalé hace meses), como, por ejemplo, obligarlo a pedir a los trabajadores de la SEP que desobedecieran la Constitución y ser marginado de los problemas y soluciones del Politécnico Nacional que en un primer momento eran del orden académico y que Osorio Chong politizó innecesariamente.
Los cambios: tú pasas de torre a alfil, ahora serás caballo o simple peón o ¡te comí, vas para fuera!, muestran, a la vez, un desprecio infinito hacia la sociedad.
Podrá decirse que el Presidente tiene ese derecho, y sí, es suyo, pero hay formas. Golpear a sus propios colaboradores de los que había dicho maravillas no suena coherente sino absolutamente kafkiano.
Los casos de SEP y Semarnat son los más notables. Aurelio Nuño Mayer sin alguna experiencia en el ámbito educativo pasó a ser el Secretario de Educación. Tal vez sea un hombre eficaz pero no es posible que pueda encargarse de un día para otro de la secretaría más importante de nuestro País. Con los evidentes defectos de Chuayffet, éste siempre mostró una cercanía con las cuestiones relativas a la educación y parecía sincero cuando hablaba de la reforma educativa (aquí en minúsculas). El reemplazo de Martínez por un gobernador que debió renunciar sin previo aviso y al que su propio Congreso le expidió sin dilación la aceptación de su solicitud no tiene manera de justificarse, excepto si se piensa en un modelo de gobierno autoritario como el que tenemos.
El caso de Enrique Martínez tiene otras implicaciones para Coahuila. Siempre se supo, y se temió, que él fuera a imponer al próximo gobernador. Su cercanía con el Presidente, el poder real que tenía (manejaba miles de millones y podía influir en el campesinado y los grandes terratenientes) y las redes que logró construir lo hacían un poderoso amigo o enemigo, dependiendo de quién fuese el interesado.
El cambio anterior, muy cercano en el tiempo, pero de muy otro significado, fue el reemplazo de Camacho, líder del PRI, por el enemigo de los hombres del Presidente. Manlio Fabio Beltrones no fue escogido sino que se impuso. Los muchos fracasos de Miguel Ángel Osorio Chong y Luis Videgaray proponen preguntas sin respuesta. Dejemos de lado el escape de El Chapo, el haberse ausentado del País junto con el presidente para estar en Francia; lo que no pasará jamás será lo de Ayotzinapa. Esa marca indeleble seguirá a Osorio y Peña más allá de su muerte. Y Videgaray ha obtenido algo difícil: el desprecio de los poderosos, de los ricos y de la clase media. Unificar criterios tan disímiles en contra no sucede todos los días.
Los cambios se antojan, todos, en orden a la sucesión. Por lo pronto Peña Nieto se guardó a los más cercanos, impuso a su amigo en Educación y al otro en Semarnat, es decir, todos los recursos, incluyendo Hacienda, en sus manos. Colocó a Beltrones bajo su dominio. No sabemos lo que realmente vendrá, pero con los tres años idos podemos calcular que no será muy halagador.