Atribuciones misteriosas
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Álvaro Enrigue
EL UNIVERSAL
Los historiadores mexicanos que han escrito sobre la guerra por la posesión de La Apachería durante el siglo XIX suelen describir a los enemigos de los apaches como blancos, sean mexicanos o estadounidenses. Piensan que todos los mexicanos y todos los gringos son blancos âuna tesis complicada de demostrar si me asomo a la ventana de mi estudio en Hamilton Heights, Harlem, donde la mayoría de los vecinos son o estadounidenses o mexicanos y nadie es blanco.
Si ha habido una guerra injusta fue esa, la guerra por La Apachería. La empezaron los españoles en el siglo XVIII, cuando se descubrieron los yacimientos de oro de la Sierra de los Mogollones en Nuevo México. Luego la siguieron los mexicanos en 1821 y a partir del 47 la pelearon juntos el Ejército de México y el de Estados Unidos. Los apaches eran tan inverosímilmente resistentes que aguantaron dos siglos ganando la mayoría de las batallas y se tardaron casi 50 años en rendirse peleando contra dos ejércitos curtidos y poderosos que les hicieron una pinza asfixiante.
Los historiadores estadounidenses son una pizca más excluyentes que los mexicanos âsi se pudiera. Nunca se refieren a los mexicanos como blancos, sólo se describen a sí mismos como tales: para ellos los apaches luchaban contra los mexicanos y los blancos, como si la categoría estadounidense y blanco fueran intercambiables. Y no lo son necesariamente, tampoco lo eran en el siglo XIX.
No sé bien qué implique esa urgencia de las naciones modernas por definirse como pobres de pigmento frente a otra âotrasâ que les parecen más antiguas, menos recién llegadas. Para los historiadores mexicanos, todos eran blancos menos los indios, que eran los que llevaban más tiempo en la zona; para los historiadores estadounidenses, los mexicanos, que llevaban ahí más tiempo que ellos, son no-blancos, como los apaches.
La disputa es interesante, en todo caso, porque está claro que, en la segunda mitad del siglo XIX, ni todos los mexicanos del norte ni todos los miembros del ejército de los Estados Unidos, eran blancos. Es cierto que los colonos de Chihuahua y Sonora y los primeros pobladores estadounidenses de Arizona y Nuevo México eran descendientes de inmigrantes europeos y que los oficiales del ejército tenían la misma ascendencia, pero la soldadezca que peleaba la guerra a nivel cancha en México estaba integrada por mestizos, indios de todas las regiones del país, descendientes de esclavos africanos liberados a principios del siglo, hijos de los chinos que llegaron a trabajar en los caminos y se fueron quedando: no eran blancos.
Y del otro lado es lo mismo: después de la Guerra de Secesión, en el ejército gringo peleaban negros y esos negros eran destacados con frecuencia a Nuevo México y Arizona y no eran pocos âsobran fotografías y testimonios escritos para demostrarlo. De hecho, en muchos batallones del ejército estadounidense la mayoría de los soldados eran negros porque se pensaba âen base no sé a qué burradaâ que resistían mejor la brutalidad del clima desértico. Junto a los soldados de ascendencia africana batallaban indios americanos de tribus asimiladas que sentían por los apaches un odio más profundo del que los estadounidenses les pudieron profesar jamás.
La guerra por la Apachería nunca fue entre blancos e indios: fue entre dos repúblicas mixtas y una nación arcaica que compartía una sola sangre, una sola tradición y una sola lengua. Fue por eso, precisamente, que los apaches terminaron perdiéndola a pesar de su evidente superioridad en términos de conocimiento del terreno y estrategia militar. Los ejércitos de Estados Unidos y México no tenían fondo, los de los apaches sí.
Lo curioso es que de los tres bandos involucrados en la guerra, los únicos que la contaron desde una perfecta ceguera al color de piel fueron los apaches âque todavía tienen una sensación de pertenencia racial más vigorosa que los mexicanos y los gringos: no tienen los mitos del crisol que han nutrido al imaginario mexicano y estadounidense. Los indios no llamaban blancos a los mexicanos. Les llamaban Nakaiye: Que van y vienen. A los gringos les llamaban Indaá, Ojos blancos. El término tiene un hermoso parentesco con uno que usaba en México Ignacio Manuel Altamirano, que también era cien por ciento indio: llamaba borradas a las personas de ojos claros.
Los apaches nunca pensaron que pelearan contra unos blancos, son los historiadores blancos âmexicanos y gringosâ los que piensan que los apaches pelearon contra ellos.