A sus pies
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Ahora las mujeres ya casi no usan medias: traen zapatos de tacón alto y todo, pero llevan los pies desnudos y a pleno aire.
A mí eso me parece muy bien. No critico ese uso, como hacen algunos rigurosos censores de la moda que opinan que las medias son en la mujer lo que el traje en el hombre, o la corbata.
Después de todo ¿quién lleva ahora traje? La corbata se va volviendo también prenda anticuada.
Casi siempre me sucede que en el avión soy el único que lleva saco y corbata. Todos los demás pasajeros varones, incluso los que parecen ser ejecutivos de grandes compañías, visten, como se dice ahora, casual. Con mi atuendo me siento un espécimen paleontológico.
Los pies de la mujer son atractivos, aunque no tanto como otras partes de su cuerpo, guardada la debida proporción. Siempre el pie femenino, la parte de Eva más cercana al suelo -cuando está de pie-, ha ejercido un mágico atractivo sobre el hombre. De ahí expresiones como aquélla que desgraciadamente ya no se usa, porque era muy galante: "A los pies de usted, señora".
Eduardo Zamacois, un novelista español muy olvidado, tiene un personaje que seducía a las mujeres únicamente para besarles los pies. Con eso llegaba al erótico espasmo, al clímax sexual, quiero decir al orgasmo, sin requerir estímulos mayores. Yo no entiendo eso.
Hay un fetichismo de pies, no cabe duda. Agustín Lara escribió una canción que dice: "Es tu pie chiquitito como un alfiletero en cuya felpa roja clavé mi amor primero". Otra canción se llama "Por si no te vuelvo a ver", y dice: "... Tú, la de los ojazos negros, la de boca tan bonita, la de tan chiquito el pie...".
Antes también se pedía en los hombres pequeñez de pie. Eso era señal de buena cuna. Cuando el virrey Marquina llegó a la Nueva España no fue bien recibido porque tenía los pies muy grandes.
Un criollo socarrón ganó una apuesta. Alguien lo retó: "¿A que no le dices al virrey que es muy patón y muy pendejo?".
El tal criollo, después de una prueba de equitación, le entregó a Marquina un gran ramo de flores cuyo listón decía: "A pie y a caballo nadie te gana".
Ahora, por fortuna, ya nadie se fija en la medida de los pies del hombre. La relación del tamaño de esas extremidades con el de otras regiones corporales es puro engaño, como las estadísticas.
Las señoritas y las señoras andan, pues, muy orondas con los pies al aire. Así van a las bodas y demás solemnes y significativas ceremonias. Las medias -han de decir- son para el invierno. Algunas damas se pintan las uñas de los pies, para mejor llamar la atención sobre ellos, y otras se ponen en el tobillo cadenitas como para atar a sus pies las miradas del varón.
Lo cierto es que, pónganse lo que se pongan -o quítense lo que se quiten- las mujeres se ven siempre muy bien. Lucían maravillosas con corsé y peinado de bandós; con bloomers y peinadas a la flapper; con sencillos vestidos de tela estampada, barata, como en tiempos de la Segunda Guerra, cuando escasearon las medias porque el náilon era para los paracaídas, y se pintaban ellas una raya a lo largo de cada pierna, por atrás, a fin de hacer creer que las traían.
Se veían bien con minifalda, midi y maxifalda, lo mismo que con aquellos vestidos ampones llamados chemise, y se ven muy bien con pantalón. Igualmente -sin esta cita final la relación quedaría incompleta- se ven muy bien sin nada.