Añoranza de Semana Mayor
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Y te votamos todos por unanimidad para la gloria, Benedetti.
Hace más de mil años, surgía en Suecia un funcionario encargado de dar a conocer la información que desde el gobierno se generaba, en cuanto a su administración y decisiones. En el 2002, México entra a la era de la información pública y el respeto a la privada, en un ejercicio evidente a destiempo y con la intención de llenar un requisito.
El tiempo era de reflexión y riguroso luto, decretado por mi abuela Doña Lupe y Chita, mi madre. La Semana Mayor se conformaba en días de guardar, de búsqueda, de propósito y de rezo.
A mi corta edad, me sorprendían los tonos en que estaba vestida la Catedral con sus santos de luto y los chales negros de las ancianas santiguadas que, con rosario en mano, enmarcaban el evento.
La algarabía en el barrio era distinta, y sucedió que Chuy Torres me había invitado a pasar esos días con su abuela Doña Lola, en el poblado de la Hibernia.
Emocionados, abordamos el camión que se enfilaba por una angosta carretera hacia La Aurora, deteniéndonos en La Libertad, para finalmente llegar al poblado y su impresionante Iglesia y acueducto.
De la muchachada del asentamiento surgía la formación para jugar de beisbol, deporte obligado en la región, y de ahí el espacio para aventurarnos en la expedición de seguir el acueducto hacia el sur, para entender a dónde nos llevaría.
Éste venía desde La Aurora y cruzaba el patio de la casa hogar del padre Chapo, en la Libertad.
La hora de la comida ofrecía los 7 platillos: caldo de camarón, nopales con huevo y chile colorado, chicales, tortas de papa, acelgas con garbanzo, rajas con queso y capirotada.
De noche iniciaban las leyendas en el círculo que se formaba al lado del edificio de piedra que era a su vez la casa del hermano.
Fue hace como 20 años ânarraba unoâ, los gemelos salieron temprano a la labor a pesar de que su madre les había dicho que no se trabajaba en Viernes Santo, y ellos se amacharon y se fueron. De pronto se oyó un tronido como venido del cielo y se partió la tierra y se tragó a los hermanos, y por más que escarbaron jamás los encontraron. Vengan, por aquí está el hoyo, y entonces el miedo.
Ciertamente el Viernes Santo era aburrido, las tiendas del lugar cerradas y los niños guardados en su casa, pronto descubrimos que éramos los únicos vacacionistas y regresamos a la casa de Doña Lola a escuchar discos en la consola.
El Sábado de Gloria amanecía y también el tendido de banderillas de color rojo y blanco en todo el poblado. Seguía la reta en el beisbol y por la noche los adultos se divertían en el baile ranchero.
Temprano, ya en domingo, Doña Lola preparaba el almuerzo para el Padre Luis Fernando Nieto, quien oficiaba en la Iglesia en misa de 11. Adentro, en la cocina gemía el menudo y exhalaba sus vapores delatores. En la mesa el pan francés, la cebolla, el orégano y el chile serrano ataviaban el entorno.
Luego del festín, durante el sermón, el padre Nieto refería el significado de la Resurrección de Cristo y el mensaje aun me refiere y retumba en mi pensamiento: Jesús, el Cristo, realmente ha sido liberado de la muerte y ha alcanzado la vida definitiva de Dios.
No tengo memoria de todas las Semanas Mayores en mis más de cincuenta años de existencia, pocas son las que me impactaron tanto como esta de la Hiberna y su sencillez.
Tiempo de sacrificios y de gozos, que invita a reflexionar en la entrega que hizo el redentor de la humanidad para salvarnos, y la batalla contra la muerte.
Cristo diariamente se refleja en todos los actos, en todas las obras y en cada suspiro, pero en este tiempo nos recuerda el pacto de sangre con la humanidad que lo condenó.
Paradójicamente âcuando dieron a escoger entre él y Barrabasâ el pueblo lo rechazó, y desde entonces el pueblo elige puros bandidos. Felices Pascuas en estos tiempos de debate, crimen y desesperanza.