Alzarse sobre la mediocridad
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“Las tragedias de la historia revelan a los grandes hombres, pero los mediocres son quienes provocan las tragedias”, sentencia Maurice Druon en su saga de Los Reyes Malditos a propósito de la Francia de los años 1300.
Pocos dudan en afirmar que hoy México vive una situación trágica, extremadamente complicada, que pone a prueba a quienes (mujeres y hombres) tenemos la responsabilidad de tomar las decisiones con grandeza, con altura de miras y alejados de la mediocridad y de la tibieza. Tanto a quienes están en el gobierno, cuya responsabilidad es central, como a quienes estamos en algún lugar de la oposición, en lo nacional o en lo local.
Esta tragedia nacional la provocaron los mediocres que, investidos de grandeza y de ropaje de “estadistas”, llevaron a México por la senda de las irracionales privatizaciones del salinismo. Es resultado de la mediocridad de un gobernante como Fox que hizo del bono democrático que tenía en sus manos, con la Presidencia de la República, una mera frivolidad; y también un Felipe Calderón que, enfundado en trajes militares, convirtió el territorio nacional en un gigantesco cementerio y un insultante escenario de violaciones a los derechos humanos con decenas de miles de desaparecidos. Y la mediocridad, salvo el honroso capítulo del Pacto por México, continuó en este sexenio que nos mantiene en el estancamiento económico y social, con una precaria estabilidad política, ya que no se atreven a romper con su viejo ropaje neoliberal impregnado de corrupción.
Pero la mediocridad ha sido también protagonizada por quien pudiendo probar su grandeza en uno de los momentos más complejos de nuestra historia contemporánea, como fue la elección presidencial de 2006, ante el fraude calderonista, AMLO decidió quitarse el ropaje de estadista y vestirse con el de la mediocridad al imponer una estrategia que castigó a la ciudad de México, al bloquear el Centro Histórico y la avenida Reforma. Ahora sólo vemos la reedición de esa vanidad mesiánica cuando divide a la izquierda en lugar de erigirse como su líder después de las elecciones de 2012. Y le apuesta a que el país se hunda para aparecer como su salvador.
Al PRD le ha ocurrido lo propio. La tragedia de Iguala-Cocula-Ayotzinapa, Guerrero, de septiembre del año pasado puso al desnudo problemas que fuimos acumulando durante años al privilegiar ganar elecciones por sobre cualquier otra consideración. Unos mediocres que tuvieron que ver con esas decisiones, y también quienes actuaron como grupo delictivo, cambiaron el rostro del país y arrastraron al PRD al peor momento de su historia.
Y mientras algunos, la mayoría de sus dirigentes y militantes, se esfuerzan en aportar propuestas y tomar decisiones para resolver un problema que amenaza con paralizarnos o situarnos en la marginalidad política, otros prefieren lanzar el cobarde y mediocre grito de “sálvese quien pueda”, similar al del ladrón que grita: “al ladrón, al ladrón”, para que nadie se fije en él. ¡Sí, estoy hablando de quien brincó a su quinto partido en lo que va de una década, en busca de un cargo público como en su momento lo hizo con el PRD. Y dice que no es para protegerse!
Estos tiempos de crisis son tiempos de grandes definiciones. Para la izquierda que representa el PRD es el momento de romper con esa parte de nuestro pasado, mezcla de pragmatismo y mediocridad, y dar el salto hacia adelante, en lucha contra la corrupción, en favor de la transparencia y la rendición de cuentas. Con propuestas de buenos gobiernos. Sin relación ni complicidad con quienes huelan a nexos con el crimen organizado.
No son momentos de dudas ni vacilaciones ante quienes quieren un PRD de mera confrontación y no uno que esté dispuesto a construir un nuevo México productivo, en el que se creen empleos y se rescate lo público para la gente, de la mano de los jóvenes y las mujeres, de los empresarios y los desprotegidos. No más. Y no menos. Con la frente en alto.