Al final del camino
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Se encuentra sentado en el zaguán de su casa con la vista puesta en la calle. Desde hace años, el panorama que tiene frente a sí es esa estrecha callecita del centro llamada Pípila, por donde circulan los automóviles de oriente a poniente.
Mueve descontento la cabeza cuando ve que el conductor, o los conductores, de los autos transitan en sentido contrario al que deben hacerlo, tratando de ahorrarse tiempo y desafiando con ello cualquier norma y la seguridad propia y la de los demás.
Los automovilistas transgresores sólo sonríen burlonamente y siguen su camino. Es un paso que, excluyendo estos molestos momentos, resulta muy tranquilo. La gente del barrio suele pasar a pie por ahí rumbo a las tienditas que aún subsisten, de aquellas de antes, que poco a poco se han ido extinguiendo: de abarrotes, papelería y tortillería. Hay quienes se detienen a conversar de vez en cuando con él y entonces le sacan una sonrisa y buena plática.
â¿Cómo está? ¿Cómo le ha ido?
âPues no como desde ayer.
Guiña con picardía los ojos y entonces nos enteramos que sólo bromea. Es tomarle un ángulo positivo a las cosas la manera en que nuestro personaje, de más de cien años, nos asegura, toma la vida. De inmediato, al ver la sorpresa y la tristeza que sus palabras provocan, rectifica y apunta con detalle lo que en verdad acaba de comer gracias a los familiares que le llevan alimentos.
Era el personaje del barrio que surtía a las familias de leche fresca de vaca. Su trajín cotidiano le hacía aparecerse poco por la misma casa que ahora habita, pero era él figura central en ella. De aquellos años, vitalidad, entusiasmo, fuerza, entereza, queda su espíritu. Jamás, en aquella época los chiquillos de entonces nos imaginaríamos del sentido del humor que ahora le encontramos y de cómo se iban a ir debilitando sus fuerzas.
No es el caso de nuestro personaje, al que le visitan familiares y lo acompañan a lo largo de varios momentos del día, pero sí el de otros ancianos: los que se encuentran en estado de abandono y soledad. Muchas veces de ellos no tenemos noticia porque los que se tienen contemplados en los padrones son los nombres de aquellos que fueron registrados por familiares o lo hicieron ellos mismos.
Hay ciudadanos de la sociedad civil que colaboran en colonias de la ciudad ayudando a personas mayores que viven en situación de abandono. Su labor, callada, discreta, merece ser dada a conocer por los alcances que tiene, la importancia de sus apoyos con los que han perdido todo, incluso a sus propios familiares para que se hagan cargo de ellos.
Muy loable es la labor de estos ciudadanos, como igualmente trascendental es la actividad que se despliega desde las instituciones gubernamentales.
Bellos son los modelos de reconocimiento a las trayectorias de quienes durante su vida se distinguieron por su trabajo, dedicación y pasión por sus actividades.
Siete años antes de su fallecimiento, a los 91 años, Luis Villoro estaba siendo nombrado miembro honorario de la Academia Mexicana de la Lengua. Pocos años antes fue investido con el grado de Doctor Honoris Causa por la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, cuyo Instituto de Investigaciones Filosóficas lleva su nombre.
La Universidad Nacional Autónoma de México hizo sendos homenajes a sus catedráticos Miguel León Portilla y Clementina Díaz y de Ovando, en un evento multitudinario encabezado por el entonces rector de esa institución, Juan Ramón de la Fuente. Ella de 90; don Miguel, de 80.
Este mismo rector se hizo acompañar por Díaz y de Ovando cuando se rescataron las instalaciones de la UNAM que habían tomado los huelguistas.
Como seres humanos de buena cuna, de buena estirpe, serán recordados quienes en su espíritu lleven la semilla de la gratitud a los miembros de la generación que les antecede.