Acupuntura radical
COMPARTIR
TEMAS
En las últimas semanas, he tenido la fortuna de participar en las presentaciones de dos tremendos libros: “Ciudades Radicales” de Justin McGuirk (@justinmcguirk) y “AcupunturaUrbana” de Jaime Lerner. Ambos son lectura obligada para todo aquel interesado en la ciudad latinoamericana. En conjunto, estos dos libros ilustran como después de décadas de darnos contra la pared, los arquitectos y planificadores urbanos latinoamericanos comenzamos a entender que la ciudad es un organismo vivo, difícilmente domado por nuestros diseños. Nos muestran que la ciudad cambia todos los días, y que su transformación es guiada por millones de individuos que buscan soluciones concretas a problemas inmediatos. Tanto McGuirk como Lerner exigen un urbanismo táctico, más humilde, pero no por ello menos ambicioso y visionario.
McGuirk, un crítico de la arquitectura, nos regala un recorrido por varios países latinoamericanos, investigando que ha pasado con las políticas de vivienda implementadas desde el siglo pasado en el continente. Paso a paso, nos muestra como ni la pesada mano del proyecto modernista –ejemplificado por la Unidad Habitacional de Tlatelolco, en la Ciudad de México- ni la ausencia del estado –visible en las favelas de Rio de Janeiro, en las Villas Miseria de Buenos Aires y en las barriadas de Lima- fueron capaces de ahogar la individualidad de los habitantes de nuestras ciudades. En ambos tipos de sitios, dice el autor, lo formal se convirtió en el esqueleto de lo informal. La gente se apropió de las calles y de los edificios, y poco a poco logró adaptarlos y transformarlos. Nadie esperó a que el planificador, el arquitecto o el funcionario llegara corriendo con las respuestas. Ningún sitio ejemplifica esto de mejor manera que la Torre David, en Caracas. En el centro de la capital venezolana, la obra negra de un edificio corporativo de 45 pisos que nunca fue terminado se transformó en un asentamiento informal, habitado por tres mil “cuidadanos ejerciendo su derecho a la ciudad”.
Durante décadas, quienes planifican y diseñan ciudades en el continente “oscilaron entre la abdicación de responsabilidad y la administración de la crisis,” y muchos de ellos, según McQuirk, olvidaron su razón de ser (sense of purpose). El libro, sin embargo, viene cargado de optimismo. Su objetivo principal es persuadirnos de que la arquitectura y la planificación urbana son relevantes para la ciudad contemporánea. McGuirk nos habla de arquitectos y planificadores que están diseñando casas que pueden ser construidas por sus ocupantes en Santiago, rescatando rincones olvidados –como los techos de los estacionamientos- para transformarlos en canchas y gimnasios en Caracas, o borrando las cicatrices que separan lo formal de lo informal con buen transporte y mejores espacios públicos en las favelas de Río. El libro “Ciudades Radicales” no es una guía de buen diseño, sino un manual de estrategia. El autor no discute la importancia de ser realistas -los retos de nuestras ciudades si son enormes- pero nos invita a ser agentes de soluciones, y a no dejarlo todo a la auto-organización social. Su llamado tiene sentido. El edificio o el espacio público no es el fin, sino el medio para construir lo que más nos importa: Comunidad y ciudadanía.
Jaime Lerner, el legendario exalcalde de Curitiba, coincide. Su libro, publicado originalmente hace varios años pero recién traducido del portugués, es una colección de observaciones y reflexiones derivadas de su experiencia de gobierno, y de sus viajes a ciudades en todo el mundo. Su mensaje principal es que “a veces, una intervención simple, focalizada, puede generar energía y demostrar las posibilidades”. El rol del planificador urbano, nos dice Lerner, es provocar. La peatonalización de una calle, la limpieza de un parque, la mejora de un corredor de transporte público, significan poco comparados con los grandes retos que enfrentan nuestras ciudades, pero su concreción representa el mejor cimiento para que la sociedad respalde batallas más grandes. No es casual descubrir que el gran éxito de Curitiba –la única ciudad latinoamericana donde la planeación de los usos de suelo y de las inversiones de transporte público está plenamente coordinada- se construyó a lo largo de 30 años de pequeñas batallas y constantes experimentos. El piquete de la aguja debe ser preciso y rápido, escribe Lerner, para evitar que los “vendedores de la complejidad” –el pequeño ejército que siempre dice que el proyecto no está listo- o “la inercia de la mezquindad y la mala política” nos condenen a la parálisis.
Igual que McGuirk, Lerner nos propone un método antes que una receta. Para replicar el éxito de Curitiba no basta importar su sistema integrado de transporte, o su ambiciosa estrategia de espacios verdes. Además es necesario ayudar a que la sociedad entera imagine una ciudad distinta, cultivando su apoyo con acciones concretas. Y para ello, una dosis de acupuntura radical de vez en cuando no estorba.