Actualidad de Calderón de la Barca
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¿A qué o a quién se refiere Rosaura -el primer personaje que aparece en La vida es Sueño- de Pedro Calderón de la Barca, cuando baja por la montaña diciendo el célebre parlamento que da inicio a la tragedia?: Hipogrifo violento / que corriste parejas con el viento, / ¿dónde, rayo sin llama, / pájaro sin matiz, pez sin escama / y bruto sin instinto / natural, al confuso laberinto / destas desnudas peñas / te desbocas, arrastras y despeñas?
Es decir: ¿A dónde te despeñas, hipogrifo violento, entre este confuso laberinto de rocas? El hipogrifo es una criatura imaginaria híbrida, de apariencia mitad caballo y mitad águila, que es, también, producto de otro ente mitológico -el grifo-, mezcla de águila y león. A tal quimera habla Rosaura, y la acompaña de varios símiles: rayo sin llama, pájaro sin matiz, pez sin escama y bruto sin instinto. Pero ¿a qué se alude cuando se nombra al hipogrifo?
Sin las claves del código barroco no es fácil desentrañar la obra de ciertos artistas como Calderón, Góngora, Quevedo, Velázquez, Bernini o el propio Miguel Ángel, para mencionar a algunos. ¿Cuáles son esas claves? Depende de la expresión artística, de la latitud en que aparezcan tales expresiones y de algo crucial: el barroco es una reacción al sentido del orden impuesto por el Renacimiento. Una palabra clave es, pues, orden. En las artes, el orden sugiere simetría, racionalidad, equilibrio. Poetas como Góngora, Quevedo y Calderón no trabajan el idioma como Garcilaso de la Vega y Lope, así como Velázquez no ejerce la misma mirada que Juan de Juanes.
El orden es clásico âo lo que tradicionalmente hemos entendido por clásico-; el barroco es digamos lo contrario: asimétrico, tumultuoso y atacado por el horror vacui, esto es, horror al vacío. Los artistas barrocos desearon desbaratar un esquema que consideraban caduco: fueron, a su manera, revolucionarios. Su ardid fue lanzarse al abismo sin red protectora, ateniéndose sólo a sus capacidades estéticas y a su imaginación. Se valieron, como tantos otros y entre muchos recursos, de las mitologías antiguas, pero supieron elaborar una sincrética membrana que asimiló a Jesús en Orfeo y a Prometeo en San Sebastián.
Los historiadores dicen que el Barroco es el rostro de la Contrarreforma que la Iglesia Católica construyó y opuso al de la Reforma luterana. Es posible que así haya sido, pero si Lutero exigía austeridad a esta Iglesia, ¿por qué responder con fasto y lujo extremos a las razonables exigencias de un sector del clero harto de los excesos de todo tipo en que incurrió, imperdonablemente, la Iglesia Católica, Apostólica y Romana?
Los arquitectos, pintores, orfebres, compositores y escritores del Barroco supieron aprovechar la controversia político-eclesiástica de la época, como antes hicieron, en otras circunstancias, los renacentistas y hasta los medievales: el hedonismo pagano se filtró en las creaciones que entregaban a sus mecenas religiosos o acaudalados ¿con el consentimiento de éstos? Quién sabe Acaso se hacían de la vista gorda, con la excepción de algunos pacatos que exigieron cubrir los genitales de algunos personajes que aparecían completa y hermosamente desnudos y arguyendo la obediencia a las Santas Escrituras.
Los recursos estéticos de Calderón fueron innumerables y de toda índole. Religioso al fin, respetó hasta donde pudo el dogma católico, pero su fantasía y su genialidad sobrevolaron el acartonamiento de los dictámenes de San Pedro, que el Barroco supo trascender y disfrazar de febril fervor religioso. Así, Calderón echó mano de hipogrifos, ninfas, dioses olímpicos y héroes griegos con el pretexto de construir un polifónico y contrastante mundo dramático en el que todo fue posible, gracias a su astucia y a su inmenso talento lírico-teatral.
Como Góngora, Calderón inventa un idioma castellano que dio cabida al hipérbaton latino y al caudal de figuras retóricas heredadas de la tradición grecorromana. Leer La vida es sueño y toda la obra de este prodigio áureo no sólo constituye un espléndido desafío, sino mucho, mucho más. Las obras de Calderón son para los habitantes del siglo XXI una lección múltiple: de lengua, de aquella época, de nuestra época, de arte, de ideología, de filosofía, de política. Como todo artista que se precie de serlo, el autor de El alcalde de Zalamea nos enseña, entre otras cosas, a pensar su tiempo desde el nuestro y nuestro momento desde el suyo. Imposible negar que los siglos XVI y XVII españoles conformaron un hipogrifo tan violento como el XXI.