Actores no-estatales de carácter violento
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Por Mauricio Meschoulam
Hace unas semanas participamos en un foro internacional de paz en Sarajevo, en conmemoración a los cien años de la Primera Guerra Mundial.
En una de las conferencias se hablaba de la necesidad de impulsar el desarme y reconvertir las economías de guerra en economías de paz. Sin embargo, la narrativa que permeaba toda la conferencia, y yo diría el evento entero, era enormemente estatocéntrica. El diagnóstico partía de un análisis basado en potenciales conflictos entre estados-nación, y desde esa perspectiva las propuestas tenían sentido. Pero si por un instante nos movemos de los parámetros tradicionales de análisis y entendemos que buena parte de los conflictos que hoy asedian al planeta involucran a actores no-estatales de carácter violento (Mulaj, 2010), los diagnósticos, y por tanto las potenciales vías de salida, se transforman radicalmente.
Considere usted el caso de Siria. Al inicio de este año, se llevó a cabo una conferencia internacional de paz para ese país auspiciada por la ONU. Hubo discursos, mesas de negociación, e intentos para mediar entre el gobierno de Assad y la oposición. Sin embargo, había varios ausentes, muchos de los cuales son actores no-estatales enormemente violentos, como el hoy ya famoso Estado Islámico de Irak y Siria (ISIS), un grupo militante extremista y sanguinario que claramente no responderá a canales tradicionales de mediación de conflictos. Ese solo grupo hoy domina un espacio territorial que atraviesa las fronteras de los dos estados a quienes combate, además de controlar recursos cruciales como petróleo. Con esas ausencias, cualquier negociación internacional no puede ser sino parcial.
No se trata de actores nuevos en la historia, pero su proliferación y la intensificación de sus actividades en las últimas décadas es notable. En países como el nuestro tenemos, por ejemplo, a las organizaciones criminales, algunas con conexiones y operaciones transnacionales. En África o Asia encontramos grupos militantes, algunos de los cuales tienen metas de insurgencia local; otros persiguen objetivos regionales o globales. El espectro es muy amplio. Hace unos días se publicaron los más recientes avances de una investigación que exhibe el modo en el que los contratistas privados estadounidenses en Irak, a quienes se atribuye matanzas de civiles en ese país, amenazaron de muerte en 2007 a funcionarios del Departamento de Estado de la máxima potencia del planeta.
Es decir, si bien sus motivaciones y estrategias varían enormemente ây por tanto es necesario estudiarlos caso por casoâ parece haber una serie de condiciones internas e internacionales que facilitan su operación. En lo global, podemos hablar, entre otros factores, de un mercado de armas cada vez más accesible a bajo costo, junto con la tecnología para transportar esas armas de formas más simples, las facilidades para implementar redes de lavado de dinero, y los avances en tecnologías de comunicación.
En lo interno, estos actores encuentran mejores entornos para operar y crecer dentro de estados que en lo general son incapaces de garantizar necesidades humanas básicas. Estas normalmente incluyen condiciones económicas deficientes, sobre todo con marcados niveles de desigualdad, además de instituciones corruptas, débiles o ineficaces para proteger el estado de derecho y garantizar el monopolio del uso de la fuerza legítima.
El gran problema es que las propuestas de construcción de paz para los sitios en donde este tipo de actores opera, escapan notablemente a esquemas tradicionales como el desarme, la mediación, o la intervención de organismos internacionales. La realidad es que si miramos las condiciones que favorecen la proliferación de estos actores, las únicas respuestas se encuentran atendiendo la debilidad estructural de los países o regiones en cuestión, un tema de muy largo plazo y nada simple de afrontar. Pero en cualquier caso, el primer paso siempre es entenderlo y por lo menos hablar del tema.
Twitter: @maurimm